Seguro que lo has pisado más de una vez y no te has dado cuenta.
A efectos prácticos y siendo puristas con el lenguaje, no se trataría de una recuperación porque siempre ha estado ahí. Nunca lo han movido de lugar. Sería, más bien, la puesta a punto de uno de los elementos más míticos del paisaje urbano de Barcelona.
Y ha sido puesto en marcha o rehabilitado en un acto que es, al mismo tiempo, un desafío a los más agoreros. El reloj fue inaugurado el 31 de diciembre de 1935, meses antes de que empezara la Guerra Civil, y hay quien se refiere a él en términos de mal augurio. Presagios para quien quiera creer en ellos.
El reloj, que siempre ha estado en el número 69 de Vía Laietana, fue diseñado por Juan Cabrerizo y financiado por la Banca Roses (propietaria del edifico que marcaba el dintel con el número 69). La historia del edificio y de la banca fue más agitada: no existen ninguno de los dos. Ahora, el edificio que se erige en el 69 es el Hotel H10 Cubik, que ha participado en la financiación de la reactivación del reloj.
El reloj, inspirado en el art decó de principios de siglo, tiene dos metros de diámetro, su creador fue el relojero Juan Cabrerizo y fue fabricado con piedra artificial, herraje de latón y discos de vidrio translucido. En el centro figura el logotipo de Banca Roses: la cabeza de Hermés con su casco alado y al lado (permítase la aliteración) el escudo de la ciudad. Los materiales originales, por cierto, se han mantenido en la mencionada restauración. Lo único que ha variado es la luminotecnia, adaptada a la tecnología de 2018.
En suma, un reloj más que cumple con su función: como un Rolex o como un Casio. Con la salvedad o la novedad, claro, de que da las horas a través de luces. Es una resignificación del reloj digital. Eso, y que por muy pisoteado que sea, permanecerá incólume.