Sant Pollín se celebra desde hace 10 años, pero ya es una tradición y este año se celebra entre el 11 y el 14 de julio.
Uno de enero, dos de febrero, tres de marzo, cuatro de abril, cinco de mayo, seis de junio, siete de julio… San Pollín y el cántico sigue así: “A El Prat tenemos que ir, con una media, con una media, a El Prat tenemos que ir, con una media y un calcetín”. No es coña, de verdad que no: desde hace una década, esa es la BSO de El Prat durante una semana de julio.
¿El motivo de la existencia de Sant Pollín? El miedo. O, bueno, al menos podría decirse que el miedo es el motor de su creación. Hace diez años, desde la Colla de diables del Prat vieron que El Pollo, una bestia de fuego que integraba los correfocs locales, daba pavor a los niños. Y al verlo entendieron que el miedo no invitaba a la reproducción de la tradición. Así que al pollo le desproveyeron del fuego y un poco como un sinsentido, el correfoc acabó virando en una suerte de San Fermín. En un Sant Pollín.
No en vano, El Prat copia la estética de Pamplona durante los días que dura la fiesta: los propios (¡y los extraños!) se visten de blanco con su pañuelo rojo y recrean un encierro. Con la gran o sutil diferencia, claro, de que el protagonista no es el toro; de que las astas se sustituyen por la cresta.
El animal es un pollo y no un zorro o un caballo porque este pollo en concreto es una raza autóctona de El Prat. A dicho pollo, de hecho, se le conoce como el pota blava porque sus patas son azules. Tal es la importancia, fíjense, que incluso esos días se hace una Ruta del pintxo que gira alrededor del pollo: pincho y botellín por 2,5 euros (3,5€ si es de pota blava).