Si la historia de Susi no discurriera en la vida real y sí en las pantallas, la contaría Pixar.
Susi nació en estado salvaje en 1973, fue secuestrada y exhibida en un circo, fue trasladada al zoo de Valencia y luego, en 2002, al de Barcelona. Ahora los expertos le reconocen depresión. La matriarca de Susi, Alicia, murió delante de ella.
Lo peor es que la muerte de Alicia sería, por decirlo de un modo muy vulgar, la gota que colmó el vaso. La limitación espacial (los elefantes caminan cerca de 50km al día), la denigración constante, el suelo que pisa (el cemento produce enfermedades en los elefantes) son solo algunos de los sinsabores de la vida de Susi.
Pero Susi no vive sola. Hace algunos años que le incorporaron dos compañeras, Yoyo y Bully. No obstante, en declaraciones a La Nación, Alejandra García, Directora del Santuario Equidad, decía: «Lo tremendo es que ahora quienes van al zoo ven tres elefantas en un mismo espacio pero que no están socializadas; no se comunican entre ellas, no comparten, no se entienden».
Si Pixar contara la historia, decíamos, la depresión actual sería el momento catártico a partir del cual todo cambia. Los malos se revuelven, se resignan a perder a su gallina de los huevos de oro. Introducen ciertas mejoras como no meterla en un sótano cuando el zoo está cerrado, pero el bien se abre paso.
Lo de que el bien se abra paso es, en última instancia, el objetivo de la campaña Libera a Susi. Libera a Susi propone un crowdfunding (donación de dinero) para hacer un documental sobre la problemática del cautiverio animal. Y lo harían asumiendo a Susi como figura referencial.
Susi, como (por ejemplo) los paraguas en las revueltas de Hong Kong, es solo un símbolo. Pero es un símbolo fortísimo, un símbolo con el que la empatía no es fácil sino obligatoria, un símbolo avergonzante por estar afincado en Barcelona y un símbolo que revela una realidad. El zoológico (tal y como lo concebimos y contra todos nuestros esquemas) no es un lugar apto para la vida animal.
Fuente: La Nación