El barrio gótico debería llamarse barrio romano.
Hay un chiste de el Chiquito de la Calzada que me hace mucha gracia y que dice algo así como: “Qué botón más bonito me acabo de encontrar, me voy a hacer un abrigo”. Algo así me pasa con el Templo de Augusto. Qué pena que nadie chiquitizara su descubrimiento y dijera: qué columnas más bonitas, voy a construir un museo.
Si eso hubiera llegado a pasar cuando, en 1850, se descubrieron las columnas, dos de ellas no habrían sido derribadas (o sí, hay muchos universos posibles) y podríamos haber sido capaces de proyectar mentalmente con mayor lucidez dicho templo.
El Templo de Augusto, por cierto (ahora que me doy cuenta de que no lo he presentado), es, contra todo pronóstico, una edificación romana que sigue parcialmente vigente. Sigue tan parcialmente vigente que es el vestigio más grande de la existencia de Barcino.
Barcino (esta ramificación infinita parece la Historia Interminable) es el asentamiento romano que dio pie a la existencia (y se cree que al nombre) de lo que luego sería Barcelona.
Lo que queda de El Templo de Augusto está en el número 10 de la calle Paradís, justo detrás de la Catedral de Barcelona. En la sede del Centro Excursionista de Cataluña, en un edificio medieval.
Las columnas, que datan de finales del siglo I ante de Cristo, se erigen en la cima del monte Táber, lo que fue algún día el punto más alto de Barcelona con unos impresionantes 16 metros. Algo bastante gracioso si se tiene en cuenta que cada columna mide como 9 metros.
En definitiva, las columnas del Templo de Augusto son un elemento que legitima un posible cambio de nombre. El de Barcelona no es un Barrio Gótico, es un Barrio Romano.