La cronología es rapidísima y narra la historia de una victoria social: al lado de lo que hoy es la Estación de Sants en 1847, se estableció la primera sociedad algodonera de España. Y estuvo en funcionamiento hasta los años 70 del siglo siguiente, cuando se produjo un cambio de emplazamiento. Entonces, en ese mismo terreno, los propietarios de la antigua fábrica textil quisieron levantar unos bloques de edificios. La respuesta vecinal fue tan negativa como firme, como diciendo “esta zona pide un parque”.
Y dicho y hecho: parque pidió, parque tuvo y parque tiene. El parque en cuestión obtendría su nombre de la antigua fábrica. El parque de la España Industrial, que fue proyectado por Luis Peña Ganchegui, Antón Pagola y Montserrat Ruiz, se inauguró en 1985.
Dos años más tarde –aunque bien podría haber sido hace un par de años– se iba a instalar el dragón referido en el titular. En 1987 y por obra y gracia del artista vasco Andrés Nagel, se desplegó un dragón inmenso con las alas abiertas y una cola que cae hacia el estanque –estanque, por cierto, en el que está Neptuno–.
El dragón iba a tener una peculiaridad con difícil parangón en el resto de ¿el mundo? El dragón de Nagel –que, por nombre, bien lo podría haber imaginado J.K. Rowling– es un tobogán. Es un mamotreto de acero que pesa 150 toneladas, pero también es un tobogán. (Advertencia: su uso durante un 15 de agosto a las doce del mediodía no es especialmente recomendado).
Además, semejante escultura no solo cumple una función de ocio y ornamental. Su misión también es simbólica: el parque de la España Industrial representa los cuatro elementos de la naturaleza. Agua, tierra, aire y, por supuesto, fuego.