Mientras recopilaba información para escribir este artículo, me ha asaltado una pregunta derivada de la cantidad de dulces que tenemos en nuestra tierra (neulas, monas de pascua, cocas de Sant Joan, roscones de reyes y, por supuesto, panellets): ¿por qué en Cataluña aprovechamos la más mínima celebración para comer un dulce del que deberíamos disfrutar todo el año? La respuesta más inmediata es obvia: para hincharnos la cara a azúcar sin sentimiento de culpa.
Pero como el sentimiento de culpa no está reñido con el conocimiento de causa, hemos investigado para conocer -y para que conozcáis- la historia del panellet. Uno de los dulces más típicos, temporales e irresistibles de nuestra tierra. Por cierto, un dato que quizás no sabías: en Lleida son conocidos como migetes.
¿Cuál es el origen del panellet?
Aunque no hay un quorum absoluto, la teoría es sólida y todos apuntan a una civilización. A la árabe. Hay un ingrediente clave que delata la procedencia del panellet. Y ese es la almendra. (El panellet, por cierto, se hace principalmente con azúcar, almendra cruda y huevo).
Entonces, ¿por qué se toman en Cataluña?
La pregunta no es por qué los panellets —igual que las castañas o el boniato— se toman en Cataluña. Bueno, sí, la pregunta es esa, pero no tenemos la respuesta. La respuesta que tenemos está enfocada a desvelar el enigma de ¿por qué se toman el Día de Todos los Santos?
Básicamente porque para aguantar despierto la noche del 31 de octubre es necesario tener en el cuerpo bien lleno de hidratos. Meterse un puñado de calorías entre pecho y espalda es fundamental para combatir el frío y para permanecer en vigilia. Por eso se toman las castañas, por eso se toman los boniatos y, por supuesto, por eso se toman los panellets.
Historia del panellet
Si se quiere ser quisquilloso, se podría decir que todo postre es una forma de premio. Pero es que con el panellet esta afirmación es literal. Aunque más que premio, quizás se puede decir objeto de rifa. En vez de perro piloto, plato de panellets. En 1796 se empezó esta curiosa práctica en las ferias de barrios y de pueblos: si había una partida de cartas, el premio era un plato que rebosaba de panellets.
Y ese era el único contexto en el que se podía disfrutar de ellos. No estaban a la venta. O no lo estuvieron hasta 1901, cuando se creó el Primer Gremio Provincial de Pastelería y Confitería de Barcelona. Y, ahí sí, se estableció como objeto de compraventa.
El panellet tiene sello oficial de calidad
Para que no se mancille su nombre como hace algún cocinero británico con las paellas o con las tortillas de patata, se ha tratado de canonizar al postre. No una canonización en el sentido estricto de la palabra, pero sí un establecimiento de normas. Y ha sido la Unión Europea quien lo ha hecho a través del sello de Especialidad Tradicional Garantizada. Un sello, por cierto, que sólo lo tienen en cuatro productos españoles: jamón serrano, leche de granja, tortas de aceite de Castilleja de la Cuesta y panellets.
Este sello de calidad trata de cerciorar que nadie se pase de listo: si al panellet le echas fécula para darle espesor o colorante o conservante, eso será otra cosa que ya discutiremos más tarde. Pero desde luego que un panellet, no. O sí, lo será, pero no tendrá el certificado.