Como los maquinistas de trenes, los responsables de agencias de viaje o los teleoperadores, los exorcistas también pujan fuerte por el premio de profesión-abocada-a-la-desaparición.
Y no es una apreciación cualitativa de una persona ajena a la iglesia. Bueno, sí que lo es, pero estas palabras estarían refrendadas por un personaje relevante en el seno de la iglesia católica.
En un reportaje de El País, José Antonio Fortea, sacerdote y teólogo especializado en demoniología, decía que: «vivimos los últimos años del exorcismo».
¿Las razones? Es muy simplista resumir todo a un único motivo, pero en cualquier caso (y a pesar de que los propios exorcistas suelen ser cautos) no se pueden no tener en cuenta los avances de la ciencia. La explicación coherente, plausible y científica ante un fenómeno que ya no es paranormal. Que ahora es un diagnóstico empíricamente demostrable.
En cualquier caso, Juan José Gallego, único exorcista de Cataluña, asegura que no es tanto como decimos en el párrafo anterior e insiste en que «el demonio está mucho más presente en la sociedad de lo que la gente cree».
De Astorga y nombrado, como si de una titulación para profanos se tratara, exorcista en 2007, Juan José Gallego cree que el reiki y el yoga son puertas de entrada al demonio; hace su trabajo para ayudar a la gente y sin cobrar; y cree que satanás es «un amargado total».
Gallego empieza los rituales como mandan los cánones y estos ordenan que sea de la siguiente forma: «Señor Jesucristo, palabra de Dios padre, Dios de toda criatura que diste a los santos apóstoles el poder de someter a los demonios en tu nombre y de aplastar toda fuerza del enemigo».
Y tras estas palabras empieza la batalla por el sometimiento. Una contienda alargable en el tiempo porque en raras ocasiones el demonio se doblega en un único enfrentamiento.
Los exorcismos son dignos de ser grabados para una película. Literalmente. «He visto comportamientos similares a los que se ven en las películas», ha asegurado Gallego en alguna ocasión.
También ha hablado de algunas de las cosas que ha visto o de los comportamientos habituales: «pierden el conocimiento, hablan lenguas extrañas, tienen una fuerza desorbitada, malestar profundo, ves a señoras educadísimas vomitando, blasfemando: «¡La Virgen es una puta!»…»
Condenado a la desaparición, como aventuraba Fortea, sí, pero mientras tanto, el bueno de Gallego quedará como un reducto de la demoniología.
¿Los motivos de permanecer irreductible? Probablemente por esto que dijo a 20 minutos: «Una de las satisfacciones más grandes que he tenido como sacerdote es tratar a muchas personas. Gente que sufre, lo pasan mal, ellas y sus familias. Que luego vengan y te digan que están mejor, es bonito«.
Es bonito ser exorcista. O al menos esa es la conclusón si trazamos el silogismo más simple de la historia.