El verano nos aplatana. Y en este caso, la expresión del verbo «aplatanar» cobra todo su sentido, porque no hay nada más visual que la apariencia de esta fruta para retratar nuestra postura encorvada sobre el agotamiento propio de los meses de julio y agosto.
La cosa es que pocas veces se nos ocurre salirnos de la estampita veraniega de la playa, el refresquito, la música y los planes atropellados y repletos de gente, cuando, realmente, lo que nuestro cuerpo nos está pidiendo no es otra cosa que paz. Y la verdad es que, aunque parezca mentira, tenemos al alcance de la mano (a muy pocos kilómetros) lugares ideales, maravillosos, inimaginables, fascinantes, paradisíacos… donde mover un poco el cuerpo y estirar los músculos, escuchar el silencio de la naturaleza, caminar bajo la sombra de los árboles, relajarnos un rato sobre agua dulce.
La Poza de la Mola (Gorg de la Mola en Catalán) es un lugar ideal para refrescarse y reiniciarse, y se encuentra entre las poblaciones de Corbera y Sant Andreu de la Barca, a unos 45 minutos de Barcelona. Aunque, si vas en coche, desde la ciudad hasta el inicio de la ruta que podemos tomar a pie para llegar a La Mola, sólo hay 20 minutos.
Se trata de una ruta corta y de fácil acceso. Sólo la bajada al cañón es tal vez un poco más complicada, pero nada que no podamos arreglar agachándonos un poco para agarrarnos bien a las piedras. Merecen la pena las vistas desde este huevo entre las piedras rojizas de la poza, que entran en un impresionante contraste con el verde de la vegetación y nos permite ver la pequeña cascada desde abajo. Una vez llegas aquí, te preguntas dónde estás y si realmente, cuando decidas alejarte, en menos de una hora estarás de vuelta en Barcelona. Pero así es.