Poco a poco están desapareciendo profesiones que a los más jóvenes hoy en día les suenan a chino mandarino. Es lo que tiene la industrialización y la llegada de las nuevas tecnologías. Una de estas profesiones que ya no está entre nosotros (por fortuna) es la de verdugo. Sí, ese mismo verdugo al que Berlanga rindió tributo en su famosísima película y que tan acostumbrados estamos a ver en cualquier cosa de temática medieval que se nos cruce por el camino.
En Barcelona no éramos menos y también teníamos a nuestro particular funcionario de la muerte, claro que no era muy querido. Como sus labores no eran muy agradables, la gente lo evitaba a toda costa y de hecho hasta los sastres se negaban a tomarle medidas, por lo que a la hora del trabajo llevaba un saco y una cuerda como cinturón.
Por todo ello, el Consell de Cent (algo así como el ayuntamiento de la época) decidió alojarle en una pequeña casa en la mismísima Plaça del Rei donde se realizaban las ejecuciones, entre la capilla de Santa Àgueda y la Casa Padellàs. Así el hombre tendría el trabajo en la puerta de casa y no encontraría problemas con los vecinos.
De hecho, vivía dentro de la propia muralla, por lo que simbólicamente estaba en ese limbo en el que no vivía en la ciudad pero tampoco fuera para tener a todos contentos. Aunque muy cómodo dudamos que estuviera, porque en aquella época era la casa más estrecha de toda Barcelona. Aún se puede ver en la plaza, formando parte de la sede actual del Museu d’Història de Barcelona. La puedes intuir en una puerta sellada con publicidad del museo y un balcón en la parte superior.
Fuente foto de portada: freircorbatasyplancharhuevos.wordpress.com