¿Alguna vez has querido dejarlo todo y perderte en cualquier sitio?
Hace poco, pasé por una fase difícil de mi vida conocida como La Gran Crisis de los Veintitantos ¿Os suena? Si es así, sabéis perfectamente a qué me refiero. Un día te despiertas, miras el reloj con desgana y te das cuenta de que realmente no quieres levantarte de la cama ¿Para qué? No estás cómod@ donde te encuentras, cada día es un calco del anterior, tus sueños e ilusiones desaparecen como si te las hubiera arrebatado La Nada de La Historia Interminable…
Lo único que quieres hacer es mandarlo todo a la m****, cambiar radicalmente de aires y reencontrarte con ese yo que, enterrado entre obligaciones y deberes, grita por salir.
El día que me pasó lo que acabo de contar, cortocircuité, literalmente. Sí, fui al trabajo como siempre a cumplir cual robot, pero algo cambió. En una de mis incursiones a Facebook, vi un anuncio que rezaba la vida es un viaje, no un destino y debajo de esta realidad, una palabra: Waynabox ¿De qué trataría?
Llámalo destino, casualidad, pero si no hubiera hecho click en ese anuncio, probablemente no estaría contando esto. Waynabox es una forma de viajar revolucionaria, apta para aventurer@s, mentes inquietas o, en mi caso, jóvenes en plena crisis existencial. Por un precio fijo desde 150€, incluye vuelos de ida y vuelta y alojamiento, a un destino, que, no te lo pierdas ¡conoces dos días antes de despegar!
Exacto, Waynabox encarna la improvisación elevada a la máxima potencia. Te puedes hacer una idea de dónde puedes terminar, echando un vistazo a los 12 destinos que ofrece: Berlín, Milán, Londres, Bruselas, Oporto, Roma, Rotterdam, Varsovia, Liverpool… Se me ocurrió una locura ¿Y si…? Iba siendo hora de tener un historia que contar. Desde la web, www.waynabox.com, seleccioné mi ciudad de origen y eché un vistazo a las opciones. En cuanto a las fechas disponibles, puedes elegir entre fines de semana que van o de viernes a domingo o de sábado a lunes.
Ya tenía fecha, solo faltaba rellenar mis datos, pagar y el destino que, de momento, se llamaba AVENTURA.
No me lo podía creer, lo había hecho ¡Había reservado un viaje hacia un destino desconocido!
Las semanas siguientes las pasé de los nervios, elucubrando sobre la ciudad que me habría tocado y, lo más importante, ¿Qué narices llevo en la maleta? No es lo mismo ir a Copenhague que a Lisboa… Durante ese tiempo mi humor cambió: aprovechaba más las horas, disfrutaba de la compañía de mis amigos, comentaba mi aventura, retomé algún hobby… De pronto, mi vida tenía un sentido: mirar el correo y comprobar si por fin, sabía mi destino.
Dos días antes de coger ese avión, por fin recibí el mensaje ¡Dublín! La tierra de la cerveza, los tréboles, los pelirrojos, la música celta y los calderos de oro bajo el arco iris.
No os voy a contar cómo fue el viaje (que fue espectacular), ni que solucionara mi crisis del todo (aún sigo), sino que mientras volvía a Barcelona, me di cuenta de que había disfrutado más el proceso de olvidarme de mis miedos e inseguridad y vivir improvisando que de conocer el destino. Me reí. Waynabox tiene razón: la vida es un viaje, no un destino.
¡Larga vida a la aventura!