Bueno, lo cierto es que el titular es bastante impreciso. Primero, porque -lógica y tristemente- ya no le pertenece. Segundo, porque ni siquiera llegó a verlo surcando los mares.
Cuando en 2007 le diagnosticaron la enfermedad que terminaría por llevárselo, Steve Jobs tomó dos decisiones: renunciar a la medicina tradicional y pasar más tiempo con su familia. Una ramificación de la segunda decisión fue la de montar un yate.
Fiel como debió ser a sus ideas y comulgando con su doctrina, Jobs mandó hacer un barco minimalista. (Igual que los dispositivos de Apple, parece que está creado de una sola pieza). Tal era la alineación de Jobs con sus ideas que en la cabina de mando hay siete iMacs de 27 pulgadas cada uno.
El yate, que mide casi 80 metros (78,29) de eslora, se llama Venus. Y el mimo que hay detrás de su concepción es absoluto e innegable. De hecho, se señala en su biografía que el plazo de finalización se alargó porque no alcanzaba los niveles de perfección exigidos. Tanto fue así que uno de los miedos de Jobs (no ver el barco finalizado) terminó por materializarse.
Si Jobs murió en 2011, el barco no se botó hasta un año después. Cuando se le hizo la entrega de llaves a su propietario. Algo así como lo que pasa con los novelistas y sus novelas póstumas (John Kennedy O’Toole con La conjura de los necios o Roberto Bolaño con 2666), pero con un sentido capitalista.
El yate, por cierto, costó cien millones de euros; su tripulación la forman catorce marineros; está matriculado en George Town (Islas Caimán) para pagar una fiscalidad menor; ya estuvo en Barcelona en 2014; estará hasta finales de septiembre; y la ubicación exacta en la que se le puede ver es la calle Pepe Rubianes con el Paseo Juan de Borbón. ¿Los motivos por los que está en Barcelona? No se conocen, pero todo apunta a que mantenimiento: sólo se ha visto a la tripulación.