La próxima vez que camines por la calle Margarit del barrio del Poble Sec presta atención al suelo. En el número 17 un adoquín dorado te indicará que estás ante un lugar importante. Y si no andas mirando quizás tropieces con ella, ya que por algo este tipo de adoquines de memoria se llaman «stolpersteine», piedras de tropiezo en alemán. La de Margarit marca la que fue la casa de a uno de los barceloneses ilustres más desconocidos: Francesc Boix, el fotógrafo de Mathausen.
Nacido en Barcelona el 31 de agosto de 1920, militó desde joven y en el JSUC y trabajó como fotógrafo en la revista «Juliol» hasta que se fue al frente como voluntario. La derrota del ejército republicano lo llevó a los campos de concentración de Francia, desde donde, después de diversas detenciones, en 1941 fue trasladado a Mathausen, uno de los campos de concentración más importantes del Holocausto.
Allí, gracias a su experiencia como fotógrafo, pudo documentar con imágenes las torturas y las condiciones infrahumanas de la masacre que vivían los presos y los condenados a muerte, y colaboró en el robo de negativos que sirvieran para reflejar la masacre. Su testimonio y las imágenes que tomó fueron tomadas en cuenta en el Tribunal Internacional de Nuremberg donde se juzgaron los crímenes contra la humanidad del nazismo. Posteriormente también declararía en el Tribunal americano de Dachau. Boix moriría en París en 1951.
La colocación de la «stolpersteine» de Francesc Boix es, nunca mejor dicho, la primera piedra del Projecte Stolpersteine Barcelona, un programa conjunto entre el Ayuntamiento y las amicals Mathausen y Ravensbrück que ha implicado a alumnos del Instituto XXXV Olimpíada de la Font de la Guatlla, Quatre Cantons de Sant Martí y Francisco de Goya de Nou Barris para investigar la vida de deportados de la ciudad y marcar con piedras de la memoria sus antiguas residencias.