Ayer se cumplió el 130 aniversario de la Exposición Universal de 1888.
El germen de toda forma de exposición de descubrimientos, el primer escaparate internacional de progresos técnicos, una forma mercantilista y -paradojicamente- filantrópica de vender un producto al mundo, un método de unión entre países a partir de inventores. Caben muchas definiciones y un solo nombre: la Exposición Universal.
Entendido como un modelo cooperativo entre países, iniciado en Londres en 1851 y vigente en la actualidad -casualmente este año es el décimo aniversario de la Expo de Zaragoza-, la Exposición Universal llegó a Barcelona en 1888. También hizo lo propio en 1929, aunque ahora no viene al caso.
Ahora viene al caso traer a colación a la Expo de 1888 que cumplía ayer 130 años. Al menos desde su inauguración oficial (añadimos el matiz de oficial porque se inauguró extraoficialmente el 8 de abril). A esta inauguración entre honores y loor de multitudes -la segunda, la buena- acudió lo mejorcito de cada casa. Práxides Mateo Sagasta, María Cristina, la regente, su hijo y rey de dos años Alfonso XIII, o el impulsor de toda esta idea: el entonces alcalde Francisco de Paula Rius y Taulet.
Quien haya tenido a bien leer La Ciudad de los Prodigios -y quien en caso afirmativo haya confiado en el rol de historiador de Eduardo Mendoza- sabrá que si hay un acontecimiento que haya cambiado la cara de Barcelona, ése es la Exposición Universal de 1888.
22 países de todo el mundo en calidad de expositores así como más de dos millones de visitantes fueron las cifras que sirvieron para poner a Barcelona en el mapa. En una zona, la Ciutadella, que paradójicamente, antes había simbolizado hambrunas, control estatal y muerte.
La feria ocupaba 450.000 metros cuadrados y se extendía desde el Arco del Triunfo -era la entrada y se levantó a propósito del evento- hasta las playas de la Barceloneta.
La importancia de la Exposición Universal se entiende con la metáfora -chusca- del adolescente que se pone guapo para asistir a su cita: el ayuntamiento echó el resto para que Barcelona luciese como París, como Londres.
El Parque de la Ciudadela pasó a ser el más grande de la ciudad, se urbanizó el frente marítimo, se erigieron distintos edificios como el Palacio de Justicia o monumentos como el que rinde honores a Cristobal Colón. También se instalaron las primeras farolas eléctricas en los puntos más importantes de la ciudad. Asimismo, esta época sirvió como banco de pruebas para el modernismo imperante en los años posteriores.
Además, como parte de la exposición se organizaron actividades privadas y eventos públicos para todos los gustos. De conciertos a teatros. Pasando por procesiones religiosas, desfiles militares o fiestas.
No obstante, el revestimiento dorado que el paso del tiempo ha cubierto al evento es sólo eso: un revestimiento condicionado por el paso del tiempo. Los problemas fueron reales. Los trabajadores trabajaban día y noche bajo unas condiciones paupérrimas. Éstos se sobrevivían con más falta de alimento que abundancia en barracones de la Barceloneta. La ciudad se endeudó hasta las tetas. La financiación no llegaba en algunos momentos críticos; y el proyecto no se podía echar para atrás, pero el evento se fue postponiendo. Algunos edificios se construyeron con la intención de ser derruidos al poco tiempo.
Pero como decimos, el éxito fue la visión generalizada. Porque contra todos estos inconvenientes primó el aumento de visitantes, el posicionamiento de Barcelona en el imaginario europeo, la revitalización de la construcción y aspectos como la urbanización de la ciudad.