Alfons Cervera ha escrito La Noche en que los Beatles llegaron a Barcelona (Piel de Zapa, 2018).
Cuando mi abuelo enfermó del cáncer que acabaría por matarle, era 2007 o 2008. La duda sobre la fecha viene dada de que la única referencia temporal que conservo de aquella época está vinculada a la anécdota de la que me valgo para empezar el texto. La referencia es el “Yes We Can” y la anécdota, brevísima, es la siguiente.
—Abuelo, ¿tú quién prefieres que gane las elecciones en Estados Unidos?
—¿Tú te crees que estando como estoy me importa una mierda quién vaya a ganar?
Rescato este recuerdo porque pienso en el concierto de los Beatles en Barcelona (3 de julio de 1965) de una forma muy parecida. Qué mierda importa que gane Obama o McCain si mañana tienes sesión de quimioterapia. Qué mierda me importa que esté John Lennon sobre el escenario de la Monumental si hay policías en el sótano de la comisaría de Via Laietana repartiendo hostias injustificadamente.
Esa premisa me la habría inoculado o la habría defendido Alfons Cervera en La Noche en que los Beatles llegaron a Barcelona (Piel de Zapa, 2018).
La Noche en que los Beatles llegaron a Barcelona es un McGuffin genial. La noche o el día o la madrugada en la que llegaron los Beatles no importa. De hecho, da igual que vinieran los Beatles o los Rolling Stones o Queen o Montserrat Caballé.
Lo único que importa es la historia (ficticia, pero qué más dará) que cuenta Alfons Cervera. El hermano del narrador abandona un pueblo de Albacete que se llama Los Yesares. Lo abandona puntual y circunstancialmente para ir al famoso concierto de los Beatles —“qué se te habrá perdido a ti en Barcelona”—. A la altura de El Garraf, un coche de policía les da el alto y el resto es historia (La época y el escenario, por cierto, coinciden con la trama de El día de mañana, la serie de Movistar + que reseñamos en este artículo).
En la comisaría, el hermano del narrador es torturado. Aquí Alfons Cervera es preciso en la enumeración espaciada de distintas formas de tortura. Es preciso y es lírico y es capaz de revolver el estómago a un coprófago. “Dónde estaba Miguel mientras tu cabeza era la cabeza de un buzo sin escafandra”. Las ratas en la boca, las manchas de sangre, los paseos con las manos detrás de las rodillas, el submarino.
O “la histérica borrachera de porras y puños cerrados, como las mazas que el abuelo sacaba de las aguaderas vacías para golpear las matas de esparto arrancadas a las raíces arcillosas de los montes”.
Sirva el párrafo anterior a modo de ejemplo de la prosa de Cervera. Su prosa, además de excesivamente lírica, es neurótica (“escribir a saltos, como suele venir a saltos lo que recordamos”). La prosa de Cervera funciona como el ciclo natural del pensamiento humano alterado. Como tal, va del pasado a otro pasado. De la infancia a la adolescencia. Lanza alegatos contra la nostalgia y diatribas contra la belleza de la derrota.
“Una época en la que todo era mentira, menos el daño que se quedaba como una indeleble mano de pintura en las paredes de Via Laietana”. Y que se recuerde. Y que a nadie se le ocurra hacer la chapuza de pintar las paredes. Y que se sepa porqué el cliché (quien olvida su historia está condenado a repetirla) es válido. Y que se sepa que a nadie debería importarle que los Beatles tocaran en Barcelona.