Jorge M. Fontana dirige su opera prima, Boi, una película que se ambienta en Barcelona.
En cierto modo, lo de Boi, la primera película de Jorge M. Fontana, tiene gracia. Si se hubiera estrenado hace un mes, habría sido una película tan flamante como obsoleta. A saber: ¿acaso no sería irónica una película basada en un personaje que conduce una VTC en una ciudad en la que esas licencias están eufemísticamente prohibidas? Por suerte para la verosimilitud de la película, el 1 de febrero volvió Cabify a Barcelona.
Y por suerte para la salud económica de Boi, el protagonista, también. Boi, por cierto, es como cualquier joven confuso con ínfulas literarias: un escritor que no escribe o un escritor que no publica o un escritor que lee más de lo que escribe o un escritor con el síndrome del impostor. Y dado que solo un selecto grupo de personas puede vivir haciendo lo de la descripción, Boi empieza a trabajar como chófer privado. Es decir, como conductor de una licencia VTC.
Su primer encargo será acompañar y satisfacer todos los intereses de dos empresarios de Singapur que han venido a Barcelona para cerrar un acuerdo importantísimo. Y solo tienen 48 horas para hacerlo. Boi hará de escudero y de acompañante.
De hecho, se creará entre Boi y los singapurenses una relación de complicidad precedida por otra de sumisión. Se puede leer cierta crítica velada a algunos de los problemas que ponen de manifiesto estas praxis aceleracionistas: la ilusión de que pagas por una persona y no por un servicio.
Tema VTC y tema sinopsis resueltos, conviene acercarse a Boi desde una perspectiva ¿taxonómica? A saber, si algo nos ha enseñado el trap es que las fronteras entre géneros se han desdibujado, que no tiene sentido hablar de géneros como barreras infranqueables. Boi es un thriller urbano, y quizás es la descripción que mejor le viste. Pero también es un drama, una comedia (y todos los adjetivos que se le quieran añadir: negra, triste…), una película surrealista, una road movie.
Boi, además, tiene un par de cosas bastante guapas. Uno, la banda sonora, que es de El Guincho. Y esto también puede ser irónico y gracioso: los dos principales artífices de El Mal Querer han dado el salto (“salto”) y han aparecido en cines de forma consecutiva: Rosalía con Dolor y Gloria hace un par de viernes. Y El Guincho con Boi el viernes pasado.
(El trabajo de El Guincho, por cierto, refuerza otra teoría: Boi y Drive guardan similitudes en la BSO y en la trama. Bernat Quintana, el actor que –en su debut en el cine– interpreta a Boi con honores, sería el Ryan Gosling de turno. Barcelona sería Los Ángeles en una versión más sobria).
La segunda cosa bastante guapa sería el retrato que Jorge M. Fontana hace de Barcelona. Todas las Barcelonas caben en el metraje de la película: la Barcelona del lujo, de los hoteles, de los vecinos, de los taxistas y las VTC, de los turistas de negocios; una Barcelona tétrica, surrealista, sofocante y sobria en algunos tramos. Una Barcelona incatalogable. Como Boi.