Todas las Barcelonas –las populares, las que gustan y las impopulares, las que no gustan– coinciden aquí.
Lo bueno sí breve, dos veces bueno; la esencia se vende en frascos pequeños y todas estas frases del refranero popular que apuntan a una misma dirección. En el caso de Barcelona, la dirección es carrer de Flassaders. Calle icónica como ella sola.
Todas las Barcelonas –las populares, las que gustan y las impopulares, las que no gustan– coinciden aquí. La Barcelona de las piedras y los escaparates; de los deshaucios y de la gentrificación; del hipsterismo recalcitrante y de la tradición que lleva el vermú y el sifón –por ejemplo– por bandera.
No es sorpresa, entonces, que en un paseo por Flassaders se convierta en una pantalla de videojuego de plataformas: el movimiento de codos y de rodillas es constante para esquivar a los turistas. Lógico, por otro lado: si extiendes los brazos en cualquier tramo de la calle, tocas las paredes de ambos lados. Apenas son tres metros de anchura (y 150 de largo, por cierto).
Flassaders es Barcelona desde el mismo nombre. Y es que flassada significa manta. No en vano, los artesanos del gremio –no confundir con manteros– desarrollaban aquí su actividad. Ya no queda nadie que fabrique mantas, pero el nombre permanece. El caso es idéntico al del Passatge de les Manufactures o al de Tallers. Ambos sitios fueron bautizados en función del gremio que habitaba las calles.