Nació como cafetería del evento que abrió Barcelona al mundo.
Hagamos un ejercicio de imaginación para entender la importancia del asunto: se van a celebrar los Juegos Olímpicos de 2028 en Barcelona. Los JJOO empiezan en junio y en septiembre del año anterior se decide que, bueno, que vamos a construir un castillo para que sea la cafetería oficial. Pasan los días, las semanas, los meses y el consenso es generalizado: no llegamos. Y, evidentemente, no se llega. Chapuza, chapuza, chapuza.
Algo así paso con el Castillo de los Tres Dragones: en septiembre le dijeron a Lluís Domènech i Muntaner, arquitecto modernista, que si podía pergeñar la cafetería de la Expo de 1888. Domènech accede, empieza a construirse, no se llega, dimite y la acaba otro arquitecto –casi casi como con la película de Queen–.
(Por cierto, que no pase desapercibida la idea de usar un castillo como cafetería del evento: la astracanada es comparable a comprarse un Ferrari para ir a comprar el pan. Ah, Domènech también es el autor del Hotel Internacional, edificio que se derribó al acabar la Expo).
Los años que le siguieron a la polémica de su nacimiento también son moviditos. En 1920 lo cogió el Ayuntamiento y lo usó como museo multidisciplinar –historia, arqueología, biología y ciencias naturales–; durante la Guerra Civil sufrió daños; entre 1942 y 1945 fue usado como comedor de auxilios sociales; y actualmente es la sede del Museo de Zoología. Y está en la Ciutadella (la historia de este parque legendario te la contábamos en este artículo).
Los entendidos en la materia hablan del Castillo de los Tres dragones en términos de ejercicio premodernista. Algunas de las pistas que nos llevarían a pensar esto son los elementos decorativos: las alusiones a animales, a las plantas y a las bebidas, incluso. El castillo, además, tiene cuatro torreones y todos son de cerámica; está construido a ladrillo visto –como bien puede verse– y hierro con cerámica.
El Castillo de los Tres Dragones también reproduce el relato del patito feo. Igual que pasó con las obras de Gaudí, que no faltó quien se rio de algunas de sus construcciones, hubo quien hizo escarnio de la protocafetería. Y luego el tiempo les puso en su sitio.