Fue el último edificio modernista de la plaza Catalunya.
La dimensión del drama solo se entiende a través de la comparación: nadie podría imaginarse que mañana, por ejemplo, un grupo de hoteles vecinos a la Casa Batlló la devorase. No decimos cambiar el nombre y poner camas King size y minibares en sus habitaciones, no. Decimos derribar y levantar otro edificio y quizás conservar un elemento puntual de la fachada del original.
El argumento del párrafo anterior puede tener trampa: Antoni Maria Gallisà Soqué (arquitecto modernista catalán muerto a los 32 años y autor de la Casa Isidre Sicart) no es Gaudí, claro. Pero no quita que el modernismo sea parte la esencia de la ciudad y hoy la acción de cargarse un edificio creado bajo este sello artístico sería considerada un sacrilegio.
No en vano, Gaudí murió atropellado por un tranvía sin que nadie le auxiliase. Los presentes, invadidos por sus prejuicios, no le atendieron por considerarle un ciudadano de segunda clase: su aspecto era el de un vagabundo.
La Barcelona preolímpica y la pasividad e, incluso, el desprecio hacia el pasado reciente de la ciudad.
Decíamos que el Conde de Sicart le pidió a Antoni Maria Gallisà que le levantara una casa en lo que hoy es plaça Catalunya. Con diligencia y dinero mediante, Gallisà la pergeñó y unos obreros la levantaron.
Uno de los elementos más representativos de la casa era un mirador (o tribuna) que salía de la sala de música. Tenía (tiene) inspiración gótica, tiene tres actos sobre columnas y una barandilla esculpida. Además de cuatro musas tocando instrumentos varios.
Después de unos episodios algo difusos y de compras y de bancos figurando en los bajos de la zona, el Corte Inglés (esto no es nada nuevo) compró el edificio en 1987. Lo compró con la idea de ampliar sus almacenes y con la idea de ampliar sus almacenes, lo tiró. No sin antes dejar un recuerdo testimonial, un mínimo vestigio, de lo que ahí hubo algún día.
Se reprodujo el balcón y se incrustó entre la fachada de El Corte Inglés. Y se convirtió al instante en un símbolo, en una representación de cómo el capitalismo fagocita la cultura.