La gente (así, como concepto) etiqueta nuestra cuenta de Instagram en sus fotos. En las fotos, pensará el lector, que tengan una vinculación mínima con Barcelona. Pues no siempre. A veces es una pareja dándose un beso en el bar equis; otras, un vigoréxico tratándole de sacar rédito a tantos meses de gimnasio; otras, un selfi inclasificable. Y siempre, casi todos los días, hay alguna del mural de El mundo nace en cada beso.
No es ningún enigma el porqué de tanto interés en el mural. La obra es objetivamente bonita y hace apología de un mensaje que solo un misántropo negaría. En un lugar céntrico, siendo idea de uno de los mejores fotógrafos de España y luciendo un aspecto cuidado. La pregunta ni siquiera debe ser por qué hay tanto interés, sino que por qué no hay más.
El fotomosaico, decíamos, es obra de Joan Fontcuberta que combinó más de 4.000 momentos en función del color y de la densidad. Los momentos no fueron elegidos al azar o bajo un hashtag, sino que fueron un reclamo de El Periódico. El diario le pidió a sus lectores fotos para hacer un mural. Y estos, a la luz de los hechos está, se las mandaron.
En la plaza d’Isidre Nonell, muy cerquita de la Catedral de Barcelona, El mundo nace en cada beso es objeto de foto obligatorio en cualquier turista que se precie. Y lo es desde 2014, cuando se inauguró. Su inauguración se hizo a modo de conmemoración del tricentenario de la caída de Barcelona en la Guerra de Sucesión.
Se hizo entonces, sí, pero con la idea de ser una obra provisional. Un tiempo y fuera. Luego, por suerte e igual que la torre Eiffel o la Carmela de Plensa, se mantuvo en Barcelona. Un hecho que puede ser visto de un modo muy romántico, como la historia de tanta gente que llega a la ciudad para terminar quedándose en ella. Como quien llega de forma puntual y discreta y termina siendo parte de la ciudad.