El cambio climático es un hecho, y la influencia del factor humano, un acicate. No lo decimos nosotros, lo dice la comunidad científica internacional: la NASA o The Royal Society.
La sociedad parece entender cada vez más la urgencia de este problema y la tecnología trabaja por invertir o frenar el proceso. Buen ejemplo de esto son los árboles artificiales de Greencity Solutions que Londres (también por toda Alemania y algunas ciudades de Francia) ha empezado a instalar en sus calles. Se trata de unos filtros de CO2 en forma de estructuras cuadradas, aunque el concepto de árbol artificial resume su esencia a la perfección. En realidad son distintas placas de musgo que se alimentan de los óxidos de nitrógeno al tiempo que producen oxígeno.
Además estas estructuras cuentan con su propio sistema de riego y de alimentación de energía, así como un sistema de recolección de datos sobre la calidad del medio ambiente. Lo más llamativo quizá es su capacidad para limpiar el aire, que equivale a la funcionalidad de 275 árboles y cuya funcionalidad resulta clave, especialmente en zonas de grandes áreas metropolitanas donde los picos de polución superan gravemente lo recomendado y escasean las zonas verdes.
La iniciativa desde luego no le vendría nada mal a Barcelona, una de las ciudades europeas con más muertes prematuras asociadas a la contaminación. Herramientas como estas son, sin embargo, una búsqueda desesperada de soluciones a problemas que podrían atajarse yendo a su origen primero, a su raíz. El confinamiento lo demostró: durante aquellos días la contaminación descendió hasta mínimos históricos pero de poco sirvió en cuando los tubos de escape pudieron volver a salir en tromba a la calle.
Unos días sin tráfico bastan para limpiar la atmósfera. Esta afirmación la cataloga como «evidente» Adrián Fernández, responsable de la campaña de movilidad de Greenpeace. «De una situación tan difícil como la que estamos viviendo deberíamos extraer una lección: no deberíamos vacilar a la hora de tomar medidas contundentes siempre que se ponga en riesgo la salud de las personas», señala Fernández en referencia a los efectos constatados de la contaminación sobre la salud de los habitantes de ciudades como Barcelona.