Puede parecer mentira, pero hace no tanto encontrar un lugar donde refrescarse en Barcelona no era tarea fácil. La ciudad dio la espalda a sus playas hasta los Juegos Olímpicos de 1992, y las piscinas eran un servicio presente en algunos clubs pero inusuales y poco extendidas en el resto de la ciudad. ¿A dónde iban entonces los barceloneses cuando apretaba el calor del verano? La respuesta está en una canción que cualquier barcelonés ha canturreado: «Baixant de la Font del Gat, una noia, una noia…».
Les fontades, otra manera de reunirse en torno al agua
Hace un siglo, buena parte de los barceloneses vivían hacinados en lo que ahora es Ciutat Vella, y solo unos pocos privilegiados podían disfrutar de las calles amplias y aireadas del Eixample. En el centro de la ciudad, con un urbanismo denso, que a fuerza de crecer encerrado en las murallas se había olvidado de dejar sitio para las plazas, costaba respirar aire fresco.
En ese centro vivían las clases populares, las que no podían acceder a un coche o un transporte que las llevara los domingos a tomar el aire lejos de la ciudad, a alguno de esos pueblos balnearios que la burguesía pobló durante el modernismo, como Sitges o Caldes de Malavella. Tampoco podían ir a la playa. Buena parte del litoral barcelonés fue hasta el final del siglo XX el basurero de atrás de las industrias del Poblenou y, aunque algunos clubs bañistas como el de la Barceloneta recién nacían, el agua del barrio pesquero de Barcelona siempre fue conocida por su suciedad.
Así pues, los obreros barceloneses encontraron en Montjuïc y en Collserola el aire libre, el verde y, por supuesto, también el agua corriente y limpia que no abundaba en sus casas. Las fuentes naturales que brotaban de las montañas que rodean Barcelona se convirtieron de esta manera, y de forma natural, en los lugares de encuentro de los barceloneses. Nacían así las fontades, las reuniones de gente que pasaba su domingo alrededor del agua de las fuentes, escapando así de la severa ciudad industrial de Barcelona.
Les fontades de la Font de Gat
Aunque había muchas en Montjuïc -la fuente de Pessetes, donde la leyenda dice que se encontró una olla llena de monedas de oro; la fuente Trobada, la fuente de Conna, la fuente de los Tres Pinos, la fuente de la Satalia o la fuente de la Guatlla- la fuente más popular para las fontades fue siempre la Font del Gat. Descubierta, según la leyenda, por un felino en lo que luego fueron los Jardins de Laribal (al lado del Teatre Grec), de su boca manaba antiguamente agua proveniente de la misma montaña Montjuïc.
Muy cercana al centro de la ciudad, la Font del Gat se convirtió en un lugar de encuentro para las clases populares, que venían a pasar el día comiendo y bailando. No era lo único que hacían. Las fuentes, antiguamente en medio del bosque, algo apartadas de todos, fueron también a menudo lugares de encuentro para parejas.
No es casualidad, entonces, que una de las canciones más populares de la ciudad, Marieta de l’ull viu, hable del encuentro romántico entre una joven y un soldado en esta famosa fuente. La canción, compuesta por Josep Amich y Joan Viladomat, dos iconos del Paralelo de los años 20, se hizo tan famosa que se acabó convirtiendo en una sardana, en una obra de teatro y hasta en una película de cine. Hoy la fuente languidece junto a un restaurante cerrado diseñado por Puig i Cadafalch, en un rincón apartado que, eso sí, sigue siendo un sitio estupendo al que acudir para un paseo tranquilo con la pareja.
Les Planes, la primera excursión de las clases populares
Y si Montjuïc fue el primer lugar al que los barceloneses iban a dominguear a pie, Les Planes fue el primero al que llegaron en un incipiente transporte público. En 1916 se inauguraba el tren que llevaba de Plaça Catalunya a Les planes, abriendo a los barceloneses del centro una montaña, la de Collserola, que hasta el momento había estado vetada.
Cuando el tren empezó a facilitar el acceso hasta aquí Les Planes, una zona agrícola hasta el momento, se convirtió en uno de los principales puntos de recreo para los barceloneses. En torno al apeadero del tren se construyen atracciones, hoteles de lujo o el llamado teatre de la natura, un teatro en el bosque. A la zona subían trenes especiales solo para proveer a los quioscos que se habían formado aquí y, aunque hoy la zona es el barrio menos denso y poblado de Barcelona, el merendero de Les Planes sigue siendo un lugar habitual en el que celebrar barbacoas para los barceloneses.
Las aguas de Collserola
En cualquiera de las caminatas que podamos hacer desde el merendero de Les Planes encontraremos, repartidas por los senderos, muchas fuentes que salpican los caminos y nos recuerdan que el agua también fue importante aquí. Cuando Les Planes eclosionó muchos espabilados empezaron a embotellar y vender el agua de las fuentes de Collserola aprovechando la mala fama del agua corriente de Barcelona. Por ejemplo, en la Font Petita de Can Pasqual, por ejemplo, se embotellaba el agua Sterling alegando que tenía «propiedades radiactivas».
La geología de la montaña, de piedra sedimentaria y con muchas minas de donde pueden brotar fuentes, es una invitación a caminar por el parque con una botella vacía, de fuente en fuente, buscando algunas como la Fuente de Ribas, la más monumental quizás, construida por el señor Ribas para hacer la competencia al Casino de la Rabassada, del que era vecino.
Hay decenas de historias como esta. Desde el principio de los tiempos las personas nos hemos reunido en torno al agua. Las fuentes de las ciudades eran lugares de encuentro. Las de las montañas, igual que las ermitas, lugares de descanso y relajación. En una Barcelona marina sin piscinas ni playa el agua pura de las montañas fue, hasta hace muy poco, la única forma de los barceloneses para olvidar por un momento del calor que a veces azota la ciudad.