Se les ha llamado popularmente las «ratas de aire». Ellas, las palomas, que se limitan a comer el pan de los jubilados y a defecar sobre coches y zonas comunes, siempre temerosas, han sido señaladas como el enemigo alado de nuestro tiempo. Pero si las palomas son las ratas del aire, ¿en qué lugar deja esto a las gaviotas?
El número de palomas en la ciudad de Barcelona es elevado, en torno a los 85.000 ejemplares, pero su presencia, aunque deba ser vigilada, resulta casi insustancial a ojos del viandante. Las gaviotas, sin embargo, gozan de algo más de protagonismo. Le dan a la ciudad ese aire salvaje, ese retorno a lo primitivo desde el cemento. El encontronazo con una gaviota es la forma más remota de conflicto humano-pachamama que tendrás en Barcelona (amén de los esporádicos jabalíes).
La gaviota patiamarilla (Larus michahellis) es un ave oportunista, el tempus fugit de los cielos: toma lo que tiene hoy, mañana ya veremos. Tampoco tiene el morro fino. Se puede alimentar de peces, crustáceos, lombrices, pero tampoco le hace ascos a los desperdicios orgánicos generados por humanos. Los vertederos son un festín pero también puede serlo el bocata de cualquier turista despistado.
Las gaviotas no pueden vivir sin nosotros. O al menos no pretenden complicarse. Un estudio realizado por Institut de Ciències del Mar y de la Estación Biológica de Doñana junto con personal científico de la Universidad de Barcelona (UB) reveló que existe una relación estrecha entre la distribución espacial de las gaviotas y la presencia del ser humano.
Para llegar a estas conclusiones los responsables del estudio instalaron en el lomo de algunos especímenes un localizador GPS con el que podían monitorizar los movimientos del ejemplar marcado cada cinco minutos. Lo hicieron durante todo un año y los resultados confirmaron que las gaviotas tenían una «extrema adaptabilidad que les permite modificar sus hábitos alimentarios y la explotación de diferentes hábitats para gestionar ambas limitaciones», dijo el investigador Francisco Ramírez, de la UB. Es por ello que no resulta extraño ver gaviotas en la zona alta de la ciudad, donde las gaviotas se desplazan probando suerte y buscando lo que otros descartan como deshecho. De hecho tampoco resulta tan extraño verlas en Madrid, donde la playa ni está ni se le espera.
Para radiografiar la actividad humana en base a la cual debería regularse la presencia y la actividad de gaviotas, los investigadores usaron sensores vía satélite que los informaban de la intensidad de la iluminación artificial durante la noche, permitiendo así establecer una vinculación clara entre los núcleos urbanos más habitados y la movilidad o presencia gaviotas.
Gaviotas, «una historia de violencia»
Decir que un animal se garantiza el alimento y guarda el territorio por métodos violentos resulta capcioso y fuera de contexto. La violencia es tal cosa cuando hay otra vía. La fotosíntesis, por ejemplo, sería una alternativa de nutrición pacífica en caso de poder optar por ella.
Cada año se producen en Barcelona alrededor de 200 incidentes protagonizados por gaviotas, según la Agència de Salut Pública de Barcelona, especialmente a comienzos del verano, cuando las aves entran en su época de cría y su susceptibilidad aumenta. Hace unos años La Vanguardia contaba esta historia de una sexagenaria de Gràcia que había sido atacada por cuatro gaviotas hasta diez veces.
Aun así se trata de casos excepcionales. Los lectores de Barcelona Secreta contaban a través de nuestro perfil de Instagram algunos incidentes que retratan la firme voluntad de este ave por alimentarse a costa de casi cualquier cosa. «Atacó a un trabajador de una fábrica de pan y dulces que iba con las cajas de reparto», dice una; «desenvolvió un bocadillo un bocadillo de una papelera y cogió el embutido que había dentro», dice otro; «se comió una tostada de mi balcón. ¡Como un proyectil!», apuntaba una tercera. Pero sobre todo abundaron los testimonios de quienes decían haber visto gaviotas que cazaban y devoraban palomas en plena calle.
Sin embargo el mayor de los problema no es lo macabro de la escena anterior o que te roben el bocadillo, sino su carácter potencialmente infeccioso. Según escribió Joan Navarro, investigador del ICM-CSIC, la gaviota patiamarilla «actúa como portadora de diferentes patógenos que pueden ser fuente de enfermedades para el ser humano», un proceso llamada zoonosis y que esta detrás de multitud de enfermedades, entre otras el COVID-19.