Este artículo es una fe de erratas del tamaño de un adoquín: rectificamos sobre la historia del panot.
Barcelona tiene la cualidad -si es que es posible atribuir cualidades a espacios físicos- de identificación tras mirada vertical descendente. O, siendo menos pedante: para saber dónde estás basta con mirar el adoquín sobre el que se posan tus pies. (Hay una mínima posibilidad de confusión con Bilbao, que tiene un adoquín parecido).
Y es que el panot es mucho más que cemento reformado estéticamente. Esencialmente es un elemento fundamental para entender lo que significa ser barcelonés. Peregrinamente es una pieza importante en el puzle que es Barcelona.
El panot también es el culpable de que el sobrenombre de Barcelona no siga siendo Can Fanga. (Fanga, obviamente, de fango, de barro). Ese era el aka que arrastró Barcelona entre propios y extraños hasta principios de siglo XX. ¿Los motivos? Cada vez que llovía, Barcelona se ponía como un lodazal de cientos de kilómetros cuadrados.
Barcelona fue conocida como Can Fanga hasta 1906. Un poquito más adelante explicaremos porque hasta esa fecha y no otra. Antes, dos matices.
Uno, la gestión del pavimento barcelonés era absolutamente caótica hasta 1906. No era diligencia del Ayuntamiento regular adoquines de aceras. ¿Y quién lo regulaba?, se preguntará el lector con buen tino. Pues los vecinos, como buenamente podían. A los bloques les correspondía la parcela de acera que se les designaba. Con el caos que eso conllevaba.
Segundo matiz: llevamos meses (años, tal vez) creyendo que la historia del panot es otra. Creyéndolo, difundiéndolo y dando reconocimiento y credibilidad a una teoría que creíamos cierta. Y dicha confusión tiene relación con el primer matiz.
Hasta ahora pensábamos que el panot era tan sencilla como que Josep Puig i Cadafalch diseñó la entrada de la Casa Amatller. (Porque, claro, que cada perro se lama su cipote y que cada bloque se les arregle con su acera). Y de ahí, de la entrada de la Casa Amatller, al resto de la ciudad.
Pero era mentira. Era falso. Error. Mec. Fake New. Pantomima. Y, en parte y como de bien nacidos es ser agradecidos, lo sabemos gracias a Pau Mascort, un buen lector que nos hizo llegar la historia original.
La historia original revela que la modificación intrascendente de los hechos en pos de la mitificación es bastante atractiva. Pero claro, la verdad es la verdad y ha de ir por delante de todo.
Reflexiones tautológicas al margen, retomemos la premisa inicial y la fecha mencionada (1906). El Ayuntamiento, harto de que su ciudad recibiera el calificativo de Can Fanga y con la idea de facilitar la vida de sus vecinos, hizo un concurso. Un concurso para ver qué empresa presentaba un diseño atractivo visual y económicamente.
Y ganó la Casa Escofet, que puso su primera creación en Ronda Sant Pere, 8. Y la puso en una mezcla de cemento hidráulico definida con moldes.
La luz -la información- la arrojó -la estudió- la investigadora Danae Esparza en la Universidad de Barcelona. Luego, para poner negro sobre blanco publicó Barcelona a ras de suelo, donde está toda esa información y mucha más.
Así que a partir de ahora ya sabes: ten cuidado por donde pisas.