Puede que alguno recuerde el artículo que le dedicamos a Ildelfons Cerdà, el pionero que soñó cómo sería la forma que tendría Barcelona y cuya vida fue un auténtico calvario. En ese artículo comentábamos un poco todos los problemas con los que se enfrentó para sacar su proyecto adelante. Hoy vamos a hablar de cómo incluso, una vez muerto, su memoria y sus restos continuaron una pesadilla que no tenía fin.
Si paseas por el Cementerio de Montjuïc te encontrarás una curiosa tumba. Ni excesivamente grande, ni ornamentada hasta las trancas. Solo el diseño de su Eixample esculpido en mármol blanco junto a la firma del ingeniero (Ildefonso Cerdá Sunyer), un pequeño recordatorio del año en el que comenzó y finalizó su vida y una cruz. Puede parecer bonita y desde luego es una tumba de la que el propio Cerdà se sentiría orgulloso, pero hay algo muy extraño en ella. No se corresponde a su época.
Todo tiene explicación. Pese a que Cerdà murió en 1876 el mausoleo se instaló allí en 1971. La pregunta es obvia: ¿Dónde estuvo el cuerpo durante casi 100 años?
Cerdà murió solo, arruinado y muy lejos de Barcelona. Sus últimos días los pasó en Las Caldas de Besaya (Cantabria) y allí quedaron olvidados hasta que, a mediados del siglo XX, el economista y profesor Fabián Estapé comenzó una campaña para darle el lugar que le correspondía en Barcelona.
Para ello fue hasta Cantabria a por sus huesos en 1970 y (ojo al dato) los guardó en un pequeño baúl en su despacho durante un año hasta que se aprobó la instalación de la tumba. Por increíble que parezca, el único recordatorio del ingeniero en la ciudad que él proyectó a excepción de la plaza que lleva su nombre.
Fuente de la info: vestigiosdebcn.wordpress.com