Quien ama una ciudad siempre sueña con dejar su impronta en ella. Por eso podemos intuir qué sentiría hoy Ildelfons Cerdà al ver los años pasar por Barcelona, donde cambian las modas y las reglas del juego, pero nunca el tablero que él diseñó hace más de un siglo y medio.
El plan Cerdà, hoy ejemplo de urbanismo, fue tremendamente polémico y criticado entonces. El ingeniero -a quienes los arquitectos también criticaron precisamente por eso, por ser ingeniero y no arquitecto- ideó un plan para Barcelona con unas perspectivas de crecimiento casi ilimitadas, con la geometría matemática como patrón y sin un centro privilegiado en torno al cual girase el resto de la ciudad.
Pocas cosas quedaron a merced de la arbitrariedad en el plan de Cerdà. Su estructura incluso está pensada para aprovechar al máximo la dirección de los vientos, de manera que ayude a la oxigenación del aire, algo quizá más necesario hoy que cuando el plan fue concebido, lo que también da una idea de la visión de futuro con la que el ingeniero contó.
Algo de su éxito quizá también se deba a su dilatada experiencia. Antes de diseñar el plan que le otorgaría reconocimiento estuvo trabajando en Teruel, Murcia, Tarragona, Valencia, Girona y en las obras del primer ferrocarril construido en España, la línea Barcelona-Mataró.
No sería hasta 1859 cuando el proyecto de L’Eixample de Barcelona, conocido como el Plan Cerdà, vería la luz. Este plan en forma de retícula dotado de diagonales no solo se pensó desde una perspectiva higienista, que tanto preocupaba a Cerdà, sino también como método para garantizar la movilidad tanto de peatones como de vehículos, reservando para los primeros el interior de las manzanas. De ahí la razón de ser de sus calles anchas, que posibilita a la vez el tráfico fluido y evita las masificaciones de una ciudad en constante crecimiento que solo un visionario como Cerdà supo adivinar.
Cerdà, caído en desgracia
Cuesta creer con la perspectiva que dan los años que una personalidad del nivel de Cerdà encontrara en vida no solo oposición a sus planes, sino también desprestigio social e institucional. Por un lado, la alta burguesía no vio con buenos ojos esa predisposición homogénea, igualitarista y desjerarquizante, del nuevo modelo de ciudad.
La campaña de desprestigio contra Cerdà también se nutrió de leyendas inventadas en torno a su figura, que llegaron incluso a acusarle de no ser catalán pese a haber proclamado la república federal catalana desde el balcón de la Generalitat. Además, pese a que el concurso del ensanche contaba con el premio de una calle principal del entramado a su nombre, se le negó hasta 1960, cuando la plaza Cerdà sirvió para rendir el merecido tributo.