Esta estatua de 10 metros lleva casi 30 años en la playa de San Miguel.
Hay un juego para Smartphone que consiste en apilar bloques: un bloque que pende de una grúa se balancea y el objetivo es hacerlo encajar con el que está más abajo hasta hacer una torre altísima. La complicación viene dada de la inestabilidad posterior. Y que me aspen si no pienso en ese juego cada vez que paso por delante de la Estrella Herida, el monumento que homenajea la esencia de la Barceloneta.
Eran los años 90’, el tiempo apremiaba –las Olimpiadas, las Olimpiadas…– y Barcelona se apresuraba a lavarse la cara. En 1988, el Parlamento español aprobó una Ley de Costas que inhabilitaba la existencia de los chiringuitos de la Barceloneta. O al menos inhabilitaba la existencia de aquellos que no tenían licencia. Poco a poco esos chiringuitos que llegaron al litoral barcelonés en los 40 empezaron a desaparecer.
Su esencia, dicen, quedó retratada en la Estrella Herida (o Estel Ferit), obra encargada a Rebecca Horn. Rebecca Horn, por cierto, es una artista multidisciplinar que vivió y enfermó en Barcelona en el 64. El caso es que hay dos teorías con respecto a lo que representa este mamotreto de acero y cristal: la primera es un homenaje a los chiringuitos desaparecidos en los años previos a las Olimpiadas.
La segunda es otra que dice que la Estrella Herida es una suerte de analogía de los pisos que surgieron en la Barceloneta a finales del XIX. De aquellas, el puerto de Barcelona necesitaba mimbres y para que tuvieran el trabajo cerca de casa, hubo que apiñar a todos en pisos minúsculos: pisos que todavía existen, pisos de 30 metros cuadrados, pisos que son parte de la esencia del barrio.
Sea lo que sea, los cubos –así se le conoce popularmente a esta escultura: una prueba más de que las cosas se llaman como la gente quiere, no como realmente se llaman– no dejan de ser una obra más de las que maquillaron el litoral barcelonés. Como el pez de Gehry o como el la gamba gigante de Moll de la Fusta.