El oro marrón, ese espléndido manjar del que pocos son los que consiguen escapar. Mucho peor que cualquier droga, y para muchos mejor que el sexo. En Barcelona lo tenemos en cantidades abundantes, y no solo en cada tienda, sino en nuestra historia. Sí, nuestra ciudad ha sido una ciudad muy chocolatera, y sus calles y plazas están recubiertas del aroma de un pasado lleno de cacao.
Cuando el cacao llegó a la península tras el descubrimiento de América, su irrupción fue tremenda en Barcelona, Tárrega o Agramunt. Sin embargo, al principio era un alimento reservado para unos pocos. La elaboración del chocolate era poco menos que un secreto de estado y el acceso a él estaba reservado para las más altas esferas de la época. Normal, los precios de tan exquisito producto estaban por las nubes y solo se podían ver muestras de este nuevo elixir en palacios o conjuntos religiosos.
Con el tiempo, el chocolate se fue popularizando y la oferta y la demanda bajaron el precio, llevando al chocolate al espectro terrenal y permitiendo así su acceso a cientos de personas. Fue entonces cuando Barcelona se puso las pilas y se convirtió en una auténtica máquina de fabricar chocolate.
Al principio de los tiempos, solo dos gremios podían comerciar con el chocolate: el de los molineros del chocolate y el de los drogueros. Estos dos grupos siempre estaban en guerra, y no paraban de recriminar al otro bando que su producto estaba adulterado y su calidad era mediocre. Pertenecer a estos gremios era tarea complicada, porque a parte de una vertiente sectaria, racista y machista, las pruebas de acceso se conocían por su gran dificultad.
Y en medio de esta ebullición, el distrito de Ciutat Vella fue el rey del pastel, con hasta veinte molinos de cacao en el Siglo XIX. También eran muy conocidas las fábricas de chocolate, como la de Juncosa o la de Amatller (Sí, los mismos Amatller que los de la casa del Passeig de Gràcia). Estas dos fábricas ganarían nombre rápidamente y se convertirían en auténtico reclamo infantil, que esperaban a las puertas para ver si podían cazar algo de algún trabajador altruista.
Aunque sin duda la combinación de chocolate y Barcelona llegó a su cúspide con la inclusión del cacao en las monas de Pascua. Difícil concebirlas hoy en día con un huevo que no sea de chocolate. Como también es complicado pensar en Barcelona sin su Museu de la Xocolata.
Fuente: www.gastronosfera.com