Aunque a algunos pueda resultarles hasta sorprendente (hay gente para todo), no todo en Barcelona es la Sagrada Familia, La Pedrera, la Casa Battló o el Parc Güell. Que sí, que son extremadamente maravillosas y eso no lo va a discutir nadie. Pero son solo una pequeña pieza de todo el muestrario que tiene la ciudad y a veces edificios que realmente merecen la pena son pasados por alto en beneficio de estos titanes.
Uno de esos ejemplos es el Palau Robert, un edificio en el 107 del Passeig de Gràcia que lleva en pie más de 100 años. Concretamente se comenzó a construir en 1898 como la casa particular de Robert Robert i Surís, marqués de Robert. Sí, el nombre y el título suenan a dinerito. Algo de lo que debes tener un poco si te dedicas a las finanzas, eres político y bueno, está ese pequeño detalle de que eres de la nobleza.
La construcción coincidió con una época en la que la zona estaba en plena explosión debido al proyecto de Cerdà y los arquitectos más reconocidos de aquel entonces (la mejor camada que probablemente haya tenido Barcelona; Lluís Domènech i Montaner, Puig i Cadafalch o Gaudí) lo hicieron su territorio de pruebas. Robert i Surís quería que su pequeño palacete brillara en comparación con los edificios de alrededor, y para ello contrató al arquitecto Henry Grandpierre y a cargo de la dirección de la obra estuvo el también aquitecto Joan Martorell i Montells.
El empresario murió en 1929 y su familia no tardó mucho en poner la vivienda en venta. En 1936 el arquitecto Francesc de P. Nebot esbozó un proyecto para el solar donde estaba el edificio. Bajo el nombre de «The Lido» el futuro de aquella esquina del Passeig de Gràcia tendría un hotel, una sala de fiestas, un cabaret y un frontón. Pero la cosa no prosperó y el Palau Robert siguió en pie, convirtiéndose en la sede del Departamento de Cultura de la Generalitat.
Tras la Guerra Civil, el Palau volvió a manos de la familia y de ahí en adelante fue un auténtico baile de manos entre manos privadas, proyectos que finalmente no se dieron y bancos. Llegó a manos de la Generalitat de Catalunya el 11 de mayo de 1981 y se empezó a usar para exposiciones. Fue en 1997 cuando adscrito al Departamento de la Presidencia comenzó su andadura tal y como lo conocemos.
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