
Este artículo fue redactado originalmente por F. Narváez
Es fácil verlo, no es pequeño. Y desde luego que impone, a pesar de llevar años ahí parado y sabiendo con toda la certeza del mundo que no llegará el día en que despliegue sus alas para sembrar el caos cual King Kong. A los jóvenes les produce curiosidad. ¿Qué hace ese enorme animal de metal en lo más alto del cruce del Passeig de Sant Joan, el Carrer de Mallorca o la Diagonal?
Ahí lleva, más de 50 años en la plaça de Jacint Verdaguer donde preside el tránsito desde los años 60 cuando lo puso su por entonces propietaria, Rótulos Roura. Empresa que de neón y carteles sabía bastante, pues se dedicaba al negocio de la publicidad luminosa que tan de moda estaba por la época.
Los 60 y los 70 fueron la época dorada del búho, que no era sino el reflejo de lo bien que le iba a la empresa que lo representaba. Sus ojos brillaban en la noche barcelonesa, haciendo de todo con la mirada. Parpadeo, círculos, hipnosis… Absolutamente todos los días, sin falta, cumplía con su función. Y así se fue ganando poco a poco un hueco en la historia de la ciudad y dejó de ser un mero reclamo publicitario para convertirse en un elemento más sin el que no se entendía Barcelona, como la playa, como sus monumentos, sus parques. El búho seguía siendo de Rótulos Roura, pero también era de todos los barceloneses.
Pero la alegría se acabó cuando a finales de los 90 se empezaron a aplicar leyes para reducir la contaminación luminosa en la ciudad, y el búho apagó los ojos, como muchos otros carteles. También desapareció de su cuerpo el logo de la empresa. El pajarraco se hacía mayor.
Sin embargo, corrió la suerte de no ser desmantelado como muchos carteles de la familia en 2004. Era imposible, estaba ya tan relacionado a Barcelona que quitarlo sería como amputarle una pierna a la ciudad. Así que se tuvo piedad con él, como también se tuvo con el reloj giratorio del antiguo Banco de Bilbao de la Plaça de Catalunya , el letrero de Bella Aurora en el Carrer de Balmes o el termómetro del Portal de l’Àngel.
Pero a principios de década el búho renació de nuevo, y tras ser restaurado, volvió a encender sus ojos. Y ahí estará, oteando el horizonte en la Plaça de Mossèn Jacint Verdaguer hasta que se canse. Porque desde luego nosotros no nos vamos a cansar de él.