En el Mercado de Sant Antoni se pondrán en marcha las mismas medidas que en La Boquería y que en el Mercado de Santa Caterina.
Todos los mecanismos enfocados a la no-turistificación del Mercado de Sant Antoni –reducir el número de bares, poner puestos de degustación sin taburetes para evitar estancias largas– han resultado inanes. Las cifras son suficiente evidencia: dos millones de visitantes durante sus tres primeros meses de reapertura.
Y no hay nada intrínsecamente malo en la utilidad turística. El problema reposa en que los puestos no están abiertos para cumplir una función ornamental e instagrameable. O sea: un frutero no vive de que un fulano suba a Instagram una foto de su puesto.
Este mismo problema, el de que hay más gente que mira que gente que compra, es el que preocupó en el Ayuntamiento tras la popularización masiva de la Boquería primero y del Mercado de Santa Caterina después.
Es por eso por lo que la Boquería, desde 2015 y durante los viernes y los sábados, restringe la entrada a grupos de más de 15 turistas que vienen acompañados de un guía. La solución también pasa por la expulsión de aquellas personas que perturben el funcionamiento. Perturbar el funcionamiento, se entiende, es saturar pasillos, gritar, comer y beber donde no está permitido o manipular elementos.
Estas medidas fueron adaptadas hace unos meses por el Mercado de Santa Caterina. Y ahora las replicará desde ya mismo hasta el 30 de octubre el Mercado de Sant Antoni, donde se espera normalizar la situación.