Nadie quiere que se convierta en la nueva Boquería
Casi de forma inconsciente e inevitable. Así es como se ha instalado un miedo relativo entre la ciudadanía barcelonesa. El miedo es el siguiente: que todo mercado sea susceptible de convertirse, a efectos turísticos, en “la nueva Boquería”.
Se temió con Sant Antoni, que fue construido sin los atractivos que hacen de la Boquería una atracción turística. Y se teme con Santa Caterina, donde se han implantado medidas encaminadas a evitar su turistificación (por raro que suene, acabo de ver que la Fundeu lo considera un neologismo válido).
¿Los motivos del temor a la conversión en punto turístico? La pérdida de pureza y la necesidad de comprender y de hacer comprender que un mercado sirve para comprar y que cumple una función útil para los vecinos.
De ahí que a partir del viernes se implanten una serie de medidas vinculadas a que el Mercado de Santa Caterina preserve dicha pureza.
La medida principal: se prohíbe el acceso a visitas guiadas de más de 15 personas. Pero también se penalizarán ciertas conductas: expulsión -o advertencia- de quienes dificulten el paso, toquen productos, generen ruido excesivo o consuman alimentos o bebidas fuera de las zonas habilitadas.
Tal respeto, tal solemnidad y tal nombre parecen encaminadas a convertir a dicho mercado en un templo católico.
Este mismo viernes se pondrán las medidas en marcha, que tendrán validez durante los fines de semana del 1 de abril hasta el 30 de octubre. Serán, por cierto, los servicios de vigilancia quienes se encarguen de informar de que no pueden continuar la visita (o de amonestar verbalmente a quienes se pasen de la raya).
El Mercado de Santa Caterina data de 1845 y está en Francesc Cambó, 13 (en el Born). E igual que los mencionados -Sant Antoni o la Boquería-, también fue reformado íntegramente entre 1997 y 2004. La consecuencia principal de dicha obra fue la nueva cubierta de colores inspirada en el trencadís.