Los arcos, colocados en 1924, fueron el dintel que había que atravesar para entrar en el suburbano barcelonés.
Hay cierto cainismo en la idiosincrasia barcelonesa: lo hay al levantar bloques en los alrededores de la Sagrada Familia, lo hay al derribar un edificio modernista para construir un Corte Inglés y lo hay a la hora de olvidar el paisaje urbano haciendo desaparecer (poquito a poquito, eso sí) las estaciones de metro modernistas.
El último ejemplo mencionado, el de las estaciones de metro, adquiere especial importancia al tener la voluntad de mantener una de ellas. La de Urquinaona, concretamente.
El grado irónico del asunto es tal que el relato oficial (pongamos por autor del relato a las tiendas de souvenirs) vende postales con bocas de metro protagonizadas por esos forjados. Forjados, como el de la foto, de tres metros de altura que configuraron el paisaje de la ciudad durante casi noventa años.
Los arcos, colocados en 1924, fueron el dintel que había que atravesar para entrar en el suburbano barcelonés (conocido entonces como Gran Metropolitano de Barcelona). En su nacimiento, se colocaron 80. Pero su estado (cuestiones del paso del tiempo) fue empeorando hasta constituir un riesgo para los viandantes. Se reestructuraron y años más tarde, la TMB (arguyendo incompatibilidades con las nuevas leyes de accesibilidad y la necesidad de unificar el criterio) optó por derribarlos.
Ahora, el último de los arcos modernistas figura como vestigio de una Barcelona que no existe en Bruc con Sant Pere. Figura representando un deseo: que nos dure mucho. Figura como dando sentido a una frase popular, como diciendo que cada cual mata lo que ama.