A estas alturas, la palabra «speakeasy» nos suena a todos. La expresión nació en Nueva York a principios del s. XX para denominar a los bares que servían licores de forma clandestina durante la ley seca, que prohibía la venta de alcohol. Un siglo después la expresión toma más fuerza que nunca en Barcelona, donde un bar abre sus puertas en una ubicación misteriosa.
Monk, la nueva coctelería del grupo La Confitería, viene a decir que el speakeasy sigue vivo, y que frente a la coctelería de relumbrón y el sofá de cuero, nada como una puerta secreta para demostrar que uno de los mejores ingredientes para un cóctel es la exclusividad de saberse en un lugar oculto a los ojos del resto del mundo.
Una iglesia secreta a la sombra de una catedral
Como las buenas sociedades secretas, Monk tiene aspecto de iglesia. El techo de arcos enladrillados recuerda a las naves de la catedral de Santa María, que está tan cerca, y en la tarima elevada donde se ubican los sofás del reservado un púlpito de madera acoge la cabina del dj.
Y aunque aquí el culto se rinde al cóctel, un vitral dibuja la figura de Telonius Monk, jazzista célebre que, con el doble sentido de su apellido, da nombre al local. Monk es un jazzista; monk también es un monje en inglés y Monk es ahora, también, una coctelería secreta de ciudad.
El padre de Paradiso
Monk es, también, en palabras de sus dueños la hermana mayor de Paradiso. Ambas comparten la idea con la que nacieron. Paradiso, la coctelería «escondida» detrás de un bar de bocadillos de pastrami, ya hace tiempo que dejó de ser un secreto, y las colas de turistas que hay delante de sus puertas hacen sospechar que raro sería que existieran tantos interesados en bocata.
La nueva coctelería del grupo de la Confitería nace igual, escondida tras algo que no es. Y aunque inauguró el sábado, y el secreto ya ha dejado de serlo para muchos, nosotros no revelaremos su dirección ni el tipo de local que esconde la entrada al club.
Lo que sí que explicamos es que sus dueños han querido crear un local relacionado con el arte contemporáneo, donde cada cóctel es un artista, donde cada espacio tiene una inspiración y una paleta de colores distinta, y donde cada ambiente está definido por la luz porque, cualquier artista lo sabe, al final, los colores no son más que distintas intensidades de luz.
De esta manera, Monk se abre como una muñeca rusa. De la grandilocuencia de la Catedral del Mar, al callejón que aloja la coctelería. Del negocio humilde que esconde al bar a la barra luminosa y de colores rojizos que nos recibe. Desde este espacio a una pasillo plateado de transición que nos lleva a la iglesia que mencionábamos al principio.
Hasta el baño tiene un juego de colores, e incluso los cócteles cambian según el espacio. En la barra de entrada sofás de cuero y una carta de cócteles con nombres de artistas creada por Giacomo Giannotti, coctelero de Paradiso y socio fundador de Monk.
En la iglesia de atrás taburetes altos, luces de baile y cócteles (también de Gianotti) que salen de unos tiradores, con un sistema que llama la atención y que corona una propuesta que busca invitar a la gente a bailar, a divertirse, a reírse y a descontrolarse. En definitiva, a extasiarse, que es aquello que siempre ha buscado la gente que se ha acercado a una iglesia.