
Hubo una época en la que el barrio Gótico fue el centro de la ciudad. Desde su ayuntamiento a su Rambla, el barrio era el centro oficial y simbólico de la ciudad. Después de hacer trámites y pasear siempre se ha comido, y desde el Agut de Avinyó a Can Culleretes, pasando por Los Caracoles, Casa Leopoldo, el Set Portes o els Quatre Gats (unos cerrados, otros abiertos y otros vendidos al turismo), Ciutat Vella era también el centro gastronómico de la ciudad.
Con la venta del centro al turismo esto se ha perdido, pero como todos los fenómenos sociales y urbanos son de ida y vuelta, ahora una nueva corriente de restauradores está abriendo locales que atraen las miradas no solo por lo bueno de su comdia, sino por sus esfuerzos en preparar comida catalana auténtica en un centro de la ciudad que de catalán tiene ya bien poco. Primero fue La Sosenga, luego Xeixa y ahora la Palma de Bellafilla, un restaurante escondido en las calles tras el ayuntamiento que es, ya mismo, uno de los mejores restaurantes de cocina catalana de Barcelona.
Lo es porque hace muy bien algo que parece muy sencillo pero es muy difícil: recuperar el recetario tradicional catalán. Pero no el que recupera todo el mundo, el combo croqueta, cap i pota y canelón, sino el que pide investigación y creatividad: desde los snacks de oreja o los cervellets de xai a la romana a unas sardinas con uva que nos hacen recordar con nostalgia o guisos como los garbanzos con almejas.
Todos ellos son soberbios porque todos los guía Jordi Parramon, un chef con el aspecto de un pastor de pocas palabras pero la voz suave y la conversa de lo que es, un apasionado de la cocina que es un referente para los que saben (y artífice de uno de los restaurantes históricos de Barcelona), y que aquí prepara todo, hasta sus propios vinagres, para darle un toque distintitvo a sus platos, siempre con la idea de basarse en el recetaria catalán, pero aligerándolo o elevándolo desde el respeto.
De ahí saleo el postre Pijama, un postre catalán histórico que une cinco elementos (nata, flan, melocotón, helado…) y que aquí realizan a mano uno por uno, desde el helado hasta la neula. Pocas veces vale la pena visitar un restaurante solo por un postre, pero aquí es así.
Toda la carta apetece, así que desplazarse al barri Gòtic para perderse por sus callejones y encontrar la Palma vuelve a ser sinónimo de comer bien en el centro. Si no hay sitio, podéis ir a la Bodega La Palma, bodega vecina histórica que también cocina muy bien y que ha sido la responsable de tomar el local donde estaba el mítico Bar del Pla para convertirlo en La Palma de la mano de Parramon, el chef que es, lo dicho, historia viva de la comida en nuestro país. Un lujo de lugar.
📍C/ de Bellafila, 5, Ciutat Vella, 08002 Barcelona
💸30-50€