Hace unos días corrió una noticia: un titular anunciaba, junto a una foto de la icónica baldosa barcelonesa con el diseño de una flor, que «El panot de Barcelona cambia su diseño». Por una mala comunicación por parte del ayuntamiento, o una mala redacción, la noticia daba a entender que uno de los símbolos más representativos de Barcelona desaparecía. La noticia causó revuelo y enfado, pero al poco salió el desmentido. No, el aspecto de la baldosa no va cambiar, pero sí el diseño de materiales, que buscará adaptarse a los nuevos usos o al cambio climático. De esta manera, Barcelona mantendrá, en el S. XXI, una imagen que sirve para explicar la historia del S. XX de la ciudad.
Mitos de hoy y leyendas de ayer
Curiosamente, ayer como hoy, y como todas las cosas importantes, la baldosa genera mitos. Si hace unos días corría la fantasía de que la baldosa iba a desaparecer, la historia más habitual para explicar su origen también suele nacer de una leyenda que, ya se sabe, siempre son más atractivas que la realidad.
El cuento más contado dice que la baldosa de la flor fue creada, o al menos estuvo inspirada, en un diseño de Josep Puig i Cadafalch, uno de los grandes arquitectos del modernismo catalán. La leyenda explica que el panot barcelonés imita al que cuvre el suelo de la entrada de la Casa Ametller, obra cumbre del arquitecto. Y aunque ambas baldosas se parecen, lo cierto es que los diseños no son exactamente iguales. Además, el de la baldosa de la casa modernista, algo anterior en el tiempo, no se fabricó de forma industrial, si no que sus flores fueron grabadas una a una, pues por algo esta era la casa de una de las familias privilegiadas de la ciudad.
La historia cierta, algo menos evocadora, nos lleva a mediados del S. XVIII, cuando Barcelona derruía las murallas que enclaustraban su ciudad antigua y se lanzaba a edificar la llanura que hoy es el Eixample. Como es lógico, el Eixample no se edificó de golpe. A lo largo de las décadas, siempre siguiendo las líneas maestras marcadas por el Plan Cerdà, el Eixample creció de forma y a ritmos desiguales. La llanura tardó en pavimentarse completamente, por lo que los nuevos vecinos del Eixample convivieron por muchos años con el barro que se formaba con las lluvias en las calles sin asfaltar, generando uno de los sobrenombres para la ciudad que más éxito ha tenido: Can Fanga.
Seis baldosas para toda una ciudad
Para evitar los barrizales, los promotores inmobiliarios y los vecinos empezaron a asfaltar por su cuenta, con baldosas, los tramos viales que el Ayuntamiento no alcanzaba a cubrir. De esta manera, el suelo barcelonés se convirtió en un guirigay de baldosas que la Comisión del Ensanche decidió unificar. Por ello, en 1906 el Ayuntamiento lanzó un concurso público para comprar 10.000 metros cuadrados de baldosas realizadas con cemento hidráulico que habían de responder a cinco diseños ya preestablecidos, que presumiblemente podían estar usándose ya en la ciudad, aunque no se sabe.
Entre esos diseños estaba la flor famosa, pero también los círculos concéntricos o las cuatro pastillas con cuatro círculos. La Casa Escofet, una de las empresas industriales de la ciudad, sería la ganadora del concurso, y así, uno de los principales responsables del pavimentado de la ciudad. De hecho, la dirección de su antigua tienda, en la Ronda Sant Pere,8, figura documentada como la primera acera con panots documentada de la ciudad.
Más de un siglo después, la flor seguirá siendo (uno) de los símbolos del suelo que pisa Barcelona. El material, no obstante, más poroso, más adecuado a las altas temperaturas que provoca el cambio climático, sí que cambiará, demostrando que en los cambios menos obvios a la vista son a veces los que más hablan de nosotros mismos.