
En esta calle también estaba el prostíbulo más famoso de la ciudad
A los ojos del británico, del italiano, del japonés o del alemán que deambule por el gótico, no habrá ninguna anomalía. Quizás haya quien (poco importa la casuística individual) pueda traducir el rótulo que titula uno de los pasajes. Y en este punto hay dos posibilidades ligadas al grado de conocimientos del traductor. Una, que no vea nada raro. Dos, que piense en el Ayuntamiento en términos de oligofrenia.
Pasage de la Paz. Suena mal y no sólo porque el Word me subraye en rojo la primera palabra. Suena mal porque tenemos unos conocimientos gramaticales y ortográficos que nos hacen sorprendernos. Que actúan como impulso para querer ir al Leroy Merlin, comprar una escalera y una J, subir al dosel de la puerta y cambiar la G por la letra comprada.
El pasaje -ahora sí que va con j- y el errático rótulo están ahí desde la segunda mitad del Siglo XIX. Dato, el de la fecha, que exime de culpa al autor de la locución. Dada la influencia francófona y la maleabilidad del castellano (recordemos que murciégalo aparece en escritos de Becquer), pasage estaba extendidísimo. Basta con ver, por ejemplo, el Pasage del Comercio en Madrid. U otros pasajes en Barcelona.
La cruel ironía
La ironía, que es cruel o cómica, en este caso se manifiesta en la primera de sus formas. Con crueldad, sí, pero también con un sentimiento de tragedia que impide banalizar la historia del Pasaje de la Paz.
El Abrazo de Vergara. Así se le llamó a la culminación de las negociaciones de paz entre el bando carlista y el isabelista. Maroto y Espartero, cada uno representante de un bando, sellaron la paz con un abrazo en Oñate. (Lo de Vergara viene porque las tropas de ambos ejércitos estaban ahí). El Abrazo de Vergara, quizás mejor conocido como Convenio de Paz de Vergara, se firmó en 1839.
El abrazo se produjo con una sonrisa sibilina en el rostro de cada uno y la firma se estampó sobre papel humedísimo. El Abrazo de Vergara fue un brindis al sol. Una pantomima que sirvió para dar nombre a un pasaje de Barcelona. El Pasaje de la Paz recibe su nombre de la Paz de Vergara.
El papel mojado y el abrazo traicionero adquieren sentido tres años más tarde. Adquieren sentido el 3 de diciembre de 1842. El general Baldomero Espartero -que regía España habida cuenta de la ausencia de María Cristina- ordenó bombardear Barcelona tras la insurrección del mes anterior. El bombardeo se entiende mejor en cifras: 13 horas de duración, 1014 bombas, 465 edificios afectados y entre 20 y 30 muertos. Un sitio: Montjuïc. Desde ahí se lanzaron todas las bombas.
Obviamente no hizo falta un segundo tratado de paz. La ciudad se rindió inmediatamente. Y aunque tampoco haga falta un corolario, ahí va. El Pasaje de la Paz arrastra la trágica ironía de haber recibido un nombre, el de Paz, que fue mancillado apenas tres años más tarde de su bautizo.