Llevo horas viendo fotos de rotondas y me da pena que esta revista se llame Barcelona Secreta y no España Secreta. Porque la acotación geográfica limita este artículo en exceso: hay verdaderas joyas repartidas por toda España. Me inquieta muchísimo la necesidad de dotar de sentido estético a un elemento útil para la circulación. Es, no sé, como hacer una señal de Stop basada en un Picasso y un Ceda el paso inspirado en Miró. No, no. Sería como hacer cada Ceda el paso, cada Stop, inspirado en un Miró diferente, en un Picasso diferente.
No obstante, si hubiera que tomar la decisión de adecentar o acicalar esas señales, seguro que los responsables no escogerían a esos referentes. Los tiros irían por algo mucho más cutre, o bizarro (si significase lo mismo que en francés), u hortera.
Porque ese parece el único patrón en la selección de elementos a presidir rotondas: la cutrez, la rareza, la de verla y pensar qué-cojones-es-esto. La gravedad del asunto es elevadísima. No se salva ni una. Lo raro, lo difícil, lo sorprendente es ver una rotonda de estas que dices: «Buen trabajo».
Ahora bien, he llegado a la conclusión de que si fuese motivo de orgullo, los españoles podríamos fardar de tener las mayores astracanadas del mundo presidiendo glorietas. Y los barceloneses también. Para muestra uno no, nueve botones.