
La plaza de Mons, inmensa desde su reducido tamaño, se puede entender como la culminación de una unión entre colinas
A la plaza de Mons solo le falta que el Federico Moccia de turno escriba un bestseller romántico ambientado en Barcelona. En ese libro, estoy seguro, la plaza de Mons sería ubicación clave de la trama. Tan clave sería que la escena más lacrimógena de la novela tendría lugar allí. Y los fanáticos del libro peregrinarían en masa para poner su candado o su-lo-que-sea. Y entonces, quienes conocemos el lugar desde hace tiempo nos quejaríamos y en un ejercicio de privincianismo histórico diríamos que “la plaza de Mons ya no es lo que era”.
Valga este ejercicio de ficción en condicional para presentar un espacio, por suerte, no especialmente conocido.
La plaza de Mons, inmensa desde su reducido tamaño, se puede entender como la culminación de una unión entre colinas. En 1903 se proyectó la construcción del viaducto de Vallcarca y en 1923 se terminó. Su construcción tenía todo el sentido del mundo: el Coll y el Putxet estaban separadas por una riera y la conexión entre ambas era súper latosa. Y en ese punto, la plaza de Mons se puede entender como el principio (o el final) del acueducto.
Si hay que ponerle alguna pega a la plaza, esta es que no sea peatonal. Si lo fuera, el plan se escribiría solo: Xibecas, guitarra, atardecer y para qué quiero nada más en el mundo. Aun así, la visita merece la pena (claro, si no la mereciera, de qué íbamos a estar escribiendo esto) y la foto también: la ciudad se abre en todo su esplendor. Y el mar y los edificios se presentan ante el objetivo de la cámara como un todo.
Una última cosa: está a cinco minutos andando de la parada de Metro de Vallcarca, que es la línea 3. Y también está al lado de los jardines de Mercé Rodoreda, de los que te hablábamos en este artículo.