Barcelona no se entendería sin l’Eixample, un plan visionario que supo ver la ciudad de hoy con los ojos de hace 150 años. El ambicioso plan urbanístico, tremendamente polémico y criticado por entonces, fue ideado por Ildefons Cerdà, pero la cosa podría haber sido distinta.
Pero el Ayuntamiento de Barcelona tenía otro plan en mente, el de Antoni Rovira i Trias. Fue su proyecto el que ganó el concurso municipal aunque el gobierno central acabaría imponiendo la opción de Cerdà.
En el barrio de Gràcia, en la Plaza Rovira i Trias, puede observarse un plano en bronce de cómo habría sido Barcelona si la adjudicación al plan del contendiente de Cerdà hubiera llegado hasta el final.
La diferencias entre un plan y otro pueden apreciarse a simple vista. Aunque el plan de Cerdà fuera impuesto a golpe de centralismo político, lo cierto es que su propuesta era más innovadora. Su modelo de cuadrícula no era tan común y ayudaría a purificar el aire de la ciudad facilitando corredores naturales de ventilación. El modelo de Rovira, sin embargo, partía de un modelo radial concéntrico común en otras ciudades a partir del crecimiento de las urbes, hasta entonces reducidas a su centro histórico.
Rovira i Trias no era el único competidor con el que tuvo que lidiar Cerdà. Hasta 12 proyectos más llegaron a los despachos del Ayuntamiento barcelonés pero desde Madrid ya se había optado por otra vía que buscaba un reparto más homogéneo de la ciudad, facilitaba el tráfico y partía de un principio social igualitarista frente a otros modelos, que habrían dibujado en las calles de Barcelona un mapa diverso en función de la renta de cada nuevo barrio. El modelo de Cerdà, pese a que vino impuesto por Madrid, era el que gozaba de un mayor espíritu igualitario en el que unas clases sociales se integrarían –hipotéticamente– con las otras.
En el 1855 el Ministerio de Fomento encargó a Cerdà un mapa topográfico de toda la zona que años más tarde sería l’Eixample. Cerdà entonces aprovechó para diseñar su propio modelo, que sería aprobado cuatro años más tarde pese a la victoria unánime del modelo de Rovira, del que solo queda el mapa de bronce expuesto en la plaza de Gràcia que se bautizó con su nombre.