No es que esté feo o mal visto hablar de lo que actualmente es la avenida del Paral·lel exclusivamente como la antigua Avenida de Francesc Layret sin ninguna comparación u adjetivo adicional. Tampoco es inexacto y ni siquiera estaríamos incurriendo en un error.
Y no lo decimos por la memoria de Layret, político nacionalista de principios del Siglo XX. Qué va. Hablamos exclusivamente de la avenida en sí: de los locales que poblaban los costados. De los negocios que le servían a esta calle para ser rebautizada con el sobrenombre del Montmartre catalán. Es más: del Brodway catalán.
El Brodway catalán, el Paseo de Gràcia de principios de siglo, la calle barcelonesa de moda en la que nadie con parnés quería no estar. Josep Vallés Rivera, ciudadano barcelonés de aquella época, formaba parte de este grupo de adinerados.
Vallés Rivera concibió lo que hoy hubiera sido una locura, una astracanada o una tontería del tamaño de un clavicordio: montar un parque de atracciones indoor. Y terminar de montarlo en 1935.
Así, por lógica imperante ligada a cuestiones de ocio en tiempos bélicos, el parque tuvo que cerrar durante la guerra. Para reabrirse después con vítores, grandeza y como fuente de entretenimiento principal en una ciudad que empezaría a coparse de parques de atracciones.
Sus mejores atracciones o, por lo menos, las más populares y las que más han trascendido son Les Coves del Drac, una novedosa montaña rusa subterránea, y la Autogruta, unos coches con los que se recorrían representaciones de varias ciudades del mundo. También estaba la Ciudad Encantada, un laberinto, el Río Misterioso, la Casa de la Risa, el Museo de los Muñecos Mecánicos y los autos de choque. Y en el 43 se le incorporó una pista de baile.
Estas atracciones y el novedoso atractivo hicieron que la popularidad del parque aumentara exponencialmente. Manteniéndola en auge durante los 50 y los 60 y cayendo progresivamente durante los 70 y los 80, hasta dejar de funcionar en los 90.
Luego de eso la pista de baile ganó terreno a las atracciones que, habiendo sobrevivido a la guerra, a la dictadura e incluso a la transición democrática, se retiraron a mejor vida: todo fue derribado, se levantó un hotel y el renovado Teatro Apolo. Las atracciones en sí se fueron repartiendo como una herencia incómoda: los muñecos mecánicos en el Museo de los Autómatas, algunos vagones en la parada fantasma de Gaudí… y otros muchos, al sótano de la discoteca (de donde recientemente han sido rescatados).
No es mala ocasión, entonces, con el contexto del 75 aniversario y de que hayan sido rescatados algunos de los vagones presentes en el sótano para recordar que ahí donde te pones como las grecas durante la Churros con chocolate, durante un sábado cualquiera o en el concierto de tu grupo favorito, existió una vez un parque de atracciones.