Los llamados negocios de la precariedad son los niños consentidos del mercado: hay que reírles las gracias por obscenos que sean. Y los medios de comunicación somos los primeros en aplaudir sus ocurrencias bajo la pauta de lo noticiable.
The Snuggery, por ejemplo, vende abrazos. Por 60 dólares la hora, esta empresa estadounidense te permite echar una siesta abrazado a un desconocido que simulará que le importas lo suficiente; 60 dólares, para ser más precisos. O Mom2Mom, una plataforma digital donde las madres pueden encontrar “apoyo o servicio de otras madres para que el desequilibrio entre tus horarios laborales y el de tus hijos no sea tan problemático”. Y estos son solo dos ejemplos que recoge Jorge Moruno en su libro No tengo tiempo.
En Barcelona ha abierto otra de estas joyas de la ridiculez emprendedora. Se trata de un dog café, un local donde puedes tomarte algo rodeado de chuchos con los que juguetear. Pero como conseguir una licencia de restauración en Barcelona no es tarea fácil, la dueña ha decidido abrir igualmente. Con dogs pero sin café. ¿Qué ofrece entonces? Cuatro cachorros de husky siberiano a los que acariciar por cinco euros en un local donde, literalmente, no hay nada más que hacer. «Hay mucha gente que adora a los perros pero no tiene espacio en su casa, o tiene horarios incompatibles o no se lo puede permitir, así que aquí puede pasar tiempo con los perros, relajarse, es un happy place«, explicaba su fundadora.
La cuestión es de cámara oculta. El mercado ha desarrollado la capacidad de convertir cualquier elemento de la vida, de lo cotidiano, en objeto susceptible de ser comprado o vendido. Los límites de lo posible son ahora los límites del mercado, dice Alberto Santamaría. El debate se centra ahora en dirimir si cinco euros es el precio justo a pagar por echar un rato acariciando la mascota que tu salario irrisorio, tu zulo y tus horarios indefinidos no te permiten tener.
A estos señores, los emprendedores, se les ensalza como héroes modernos, y alabar tal o cual ocurrencia comercial de este tipo no hace sino desviar la atención de la realidad social en la que nacen. Los precios del alquiler, la presión laboral o las dimensiones de una vivienda digna pasan a un segundo plano mientras el mercado te ofrezca un divertimento a módico precio.
Lo dramático será cuando esto, que hoy suena disparatado, mañana acabe por normalizarse, invisibilizando todo lo que hay detrás, su origen, sus causas. Que la libre disposición de cualquier cosa en cualquier momento y a cualquier coste se considere la forma última de libertad. Esa misma libertad que, en palabras de Lacan, se confunde con el desarrollo de nuestra servidumbre.