
Lo dicho, incursionamos poco en la zona alta. Lo hacemos porque frecuentamos otras zonas, y por eso nos sorprendemos a nosotros mismos recomendando un sitio que es pura zona alta y que, sin embargo, hace lo que creemos que es la mejor tortilla que hemos probado el 2025.
Varela es una casa de comidas en la Plaça Molina, una zona donde las modas pegan menos y por eso, quizás, sus platillos al estilo macarrones o mandonguilles sean más creíbles.
Quizás por eso mantienen y destacan orgullosos, también, otros platos de fusión sencilla que parecen como muy 2010, como esos tacos de langostino que no pegan en nada con el local pero están realmente buenos. Quizás es que quien pide aquí son los vecinos, y no los turistas, y por eso las modas duran lo que dictan sus mandados. Qué privilegio para ambas partes.
La tortilla de espuma de tortillas
Por eso también, quizás, los platos clásicos se refinan, porque aquí quién viene ya los trae bien probados de casa. De ahí los macarrones con boloñesa de pluma ibérica, muy superiores a otros de los que se han subido al carro ahora. De verdad, boníssims, dorado crujiente, boloñesa (¿con nata?) melosa y de sabor potente… una gozada.
Y de ahí también la tortilla. En el mundo donde la tortilla está de moda aquí juegan la carta inversa a la de los macarrones: sorprender a loa vecinos con una novedad. En este caso, una tortilla de patatas poco cuajada rellena, a su vez, de espuma de patata. El resultado es un ovni bamboleante, apenas sellado, que cuando se abre revela la ligereza de la espuma rodeada de la cremosidad de una tortilla apenas cuajada. Una maravilla, de verdad.
Se puede acompañar de pan de coca con tomate (pan de coca con estructura, no es pan de vidrio que llega ya empapado y gomoso) y otros platos de esos que van a su aire, como las alitas de pollo «sense feina» (deshuesadas) con salsa de kimchi o el planchado de calamares con un punto picante, ambos algo disonantes en la carta frente a la tortilla o los macarrones, como esos tacos del principio, pero ambos francamente deliciosos, demostrando que una buena casa de comidas de barrio es el lugar de encuentro equilibrado entre los caprichos creativos de un cocinero y las demandas caprichosas de sus clientes.