Se llama Ferment 9 y está en Sepúlveda, 135 (Metro Urgell).
Contra todo pronóstico (y decimos esto por algunas tendencias alimenticias) no son bichos. De hecho, ni siquiera son animales. Y tampoco es el caso de esos restaurantes en los que te sirven langosta sacada de una pecera. La cosa va de fermentos.
Tirando de Wikipedia, diremos que la fermentación es “el proceso bioquímico por el que una sustancia orgánica se transforma en otra, generalmente más simple, por la acción de un fermento”. Lo que vendría a ser la alquimia de la comida.
Algunos casos de comida fermentada son el chucrut (eso que le echan los alemanes a todo es col fermentada), el kimchi (col china fermentada al estilo coreano), la kombucha (de la que ya hablamos en este artículo) o tempeh (granos de soja fermentados con moho). Y algunos de ellos se llevan haciendo desde el neolítico (al menos en China y en Oriente Medio): hay documentación de ello.
Las propiedades de la fermentación han venido a decir lo siguiente: no hay DIN A4 en el que escribir todos sus beneficios. Siendo, quizás, el beneficio más popular el de alimento estimulador de crecimiento y actividad de bacterias beneficiosas en la flora intestinal.
Para los que presentan remilgos, dudas o crean que entre la fermentación y la putrefacción hay una línea muy delgada (lo cual no es del todo incierto), hemos de decir que todos los productos son seguros para el consumidor y cumplen con la normativa de trazabilidad e ingredientes.
El dueño del local es inglés, se llama Matthew Calderisi, está obsesionado con el número nueve (dice que le persigue, como el 23 a Jim Carrey) y abrió esta tienda-laboratorio hace poco más de seis meses. El negocio funciona y en parte es por el boca-oreja: hay muchos clientes locales y gente mayor a la que el médico les recomienda comer más productos probióticos.
Realmente merece la pena la visita a Ferment 9 (claro, si no mereciera la pena no habríamos escrito este artículo) y es difícil salir de este local en Sepúlveda, 135 sin comprar nada.