La actual sequía que afecta a Cataluña está generando preocupación en muchas ciudades, Barcelona incluida, que se están preparando para enfrentar un verano especialmente complicado. Según advertía El Periódico en su edición del viernes pasado, si no se producen lluvias significativas en las próximas semanas, la Región Metropolitana de Barcelona podría quedarse sin agua potable en un plazo de tres a cuatro meses.
Tanto el Gobierno como las empresas operadoras reconocen que existe una creciente probabilidad de que la escasez de reservas provoque una disminución en la calidad del agua, haciéndola no apta para el consumo humano. Sin embargo, se considera que esto no representaría un riesgo significativo para la salud aunque, evidentemente, no se recomienda usar ese agua para uso de boca.
A pesar de un ligero aumento en el nivel de los embalses después de las lluvias de la semana pasada, las reservas aún no son suficientes para tranquilizar a las autoridades locales. La disminución del agua en los embalses y los acuíferos está provocando una mayor concentración de contaminantes, lo que podría resultar en la presencia elevada de lodo o materia orgánica en el agua.
Si bien las plantas potabilizadoras han logrado tratar el agua hasta ahora, existe la preocupación de que si la situación empeora y los niveles de agua caen aún más, las instalaciones podrían no ser capaces de hacer frente a la demanda.