Las ratas, habitantes de una ciudad en la que no están censados: un problema tan viejo como la mera existencia de ciudades.
Las ratas constituyen un problema para la salud pública. Ya se sabe, transmiten enfermedades, se reproducen rápido y todo eso que venimos escuchando en los telediarios desde que tenemos uso de razón.
En Barcelona, concreta y recientemente, ha habido dos fenómenos relacionados con ellas. Primero, hace cuatro meses, fue el de las que se instalaron en la Plaza Catalunya. Segundo, hace un par de semanas y creando cierta alarma social, el de las ratas que flotaban en el litoral barcelonés.
Ese ha sido el desencadenante del planteamiento que revelaba el otro día El Periódico. Aunque, dicho sea de paso, en ese artículo también se hablaba de “una rata del tamaño de un conejo” que se paseaba junto a unos contenedores de la avenida de Roma con Borrell.
Se entiende, entonces, que no sólo hay ratas en la Barceloneta o en l’Eixample. No. Hay por toda la ciudad. Hay en Les Corts, hay en Nou Barris y, sobre todo, hay en zonas verdes como la Ciutadella.
Ante tal muestra de roedores, las quejas vecinales y la exploración de causas no ha tardado en aparecer: proliferan quienes lo achacan a la dejadez en la limpieza en la vía pública y a las modificaciones del alcantarillado. Razones que, sin dejar de ser valorables, no son las principales.
La principal causa es porque se ha eliminado el refuerzo antiplagas.
Ojo, el refuerzo, no el servicio. En 2017, con las autoridades alarmadas por la sobrepoblación, se duplicaron los esfuerzos. De cinco equipos de dos técnicos se pasaron a diez equipos del mismo número de técncicos.
Los esfuerzos se notaron en la ciudad y desde el Ayuntamiento, sabiendo suavizado el problema, decidieron reducir el número de técnicos.