Este texto forma parte de una serie de columnas del escritor Carles Armengol realizadas en exclusiva para Barcelona Secreta. El autor le hace una radiografía a su ciudad natal y disecciona todo lo que se cuece en ella desde la barra del bar, con mirada de psicólogo y sin pelos en la lengua.
Hace años que se dice aquello de que “Barcelona ya no se vacía en agosto”. El mes en el que la canícula abrasa con más furia, la ciudad queda custodiada por aquellos que pueden permitirse hacer vacaciones en primavera u otoño y por hordas de guiris sin camiseta que se apoderan de las calles como cucarachas alocadas que brotan de las alcantarillas. Digamos que quedarse en Barcelona en agosto es lo más parecido a pasar unos días en el Sáhara: te cruzas con menos gente de lo habitual mientras te derrites sobre el desierto de asfalto.
Las calles huelen a litros de primera orina del día reposada bajo un sol de justicia y las moscas que revolotean alrededor de los contenedores de basura orgánica recuerdan a la salida de una discoteca a las seis de la mañana. Paseas buscando la anhelada sombra y mirando hacia las nubes, no vaya a ser que la rama de una palmera te parta la cabeza. Cada poco, una brisa liviana te acaricia de tal manera que, por unos segundos, te olvidas de la humedad tóxica de esta ciudad.
¿Parada técnica? Venga, qué demonios; pero pasando de los bares de la calle Blai o de l’Eixample que, por lo visto, solo aceptan a grupos y si vas solo ninguno te deja sentarte en su terraza.
«Barear en agosto»: bares que siguen abiertos en Barcelona
Callejeas al acecho de un local que no apeste a franquicia ni a blanqueo de dinero. Uno de esos bares que no ocultan las cicatrices del paso del tiempo y muestran con honra sus arrugas. Es agosto y, aunque digan eso de que “Barcelona ya no se vacía en agosto”, muchos de esos bares, de los hermosos, han decidido cerrar por aquello de la conciliación familiar y el merecido descanso del personal. Te ha costado, pero has encontrado uno: La Cañada (C/ Bòbila, 5).
Es agosto y ahí dentro todo fluye de forma más relajada. El camarero te sonríe al verte aparecer por la puerta mientras sigue charlando con los tres parroquianos que están en la barra. Parece que hoy tiene un buen día. Hay mesas libres, tanto en el interior como en la terraza. Prefieres quedarte en la esquina del mostrador; donde corra el aire. No sabes por qué, pero hasta la cerveza de siempre te sabe mejor.
La poca gente que hay habla en un tono más bajo de lo habitual. Puedes escuchar perfectamente la letra del Can I Change My Mind que sale de los altavoces. Tyron Davis, una vez más, te recuerda que estás donde tienes que estar.
Si eres de los que vuelve a Barcelona cuando las calles todavía siguen medio puestas, con persianas bajadas y el sonido percutor de las obras taladrando los cerebros de los que han cuidado de ella mientras el resto estábamos de vacaciones, no dudes en pasarte por La Chana (C/ del Poeta Cabanyes, 8). Reabren la pequeña puerta de su tasca el 23 de agosto. No se me ocurre mejor lugar en el que brindar con una copita de manzanilla por los buenos propósitos de la próxima temporada, que jamás cumpliré. Si acompañas tu vino con el salmorejo o el cazón en adobo que prepara Natalia, tus ojos derramarán lágrimas de felicidad.
Y, ya que estamos puestos, si eres de los de celebrar por todo lo alto el final de las vacaciones, pásate por el Pietro (Travessera de Gràcia, 197) durante las Festes de Gràcia. El bar ideal para pimplarse unas cañas con presteza antes de adentrarte por las abarrotadas arterías del barrio. Nada mejor que pillarse un buen pedo popular para volver a la realidad post-vacacional. Bueno sí, pillarse otro en las Festes de Sants. Pero haz el favor de agarrártelo con el estómago lleno y acude antes al Sants Es Crema (C/ dels Comtes de Bell-lloc, 118) para zamparte uno de sus bocadillos psicodélicos. Este último abre todo el mes de agosto, así que aprovecha para ir en cualquier momento si estás de sereno en la ciudad perdida.