Aunque creamos lo contrario, imaginar la Barcelona de siglos pasados es casi imposible. Los cambios que vive una ciudad a lo largo de los años la transforman de forma irreversible, con la misma dureza implacable con la que las arrugas de la edad transforman una cara para siempre hasta hacerla irreconocible. Y aunque en Barcelona se mantengan edificios antiguos o calles centenarias, el trabajo de superponer mapas de la ciudad de distintas épocas arroja un cóctel de rayas y colores que muestra casas donde antes había calles, plazas donde antes había palacios y ramblas donde antes había ríos. La ciudad del pasado se puede conocer gracias a los libros de historia, y entrever mediante algunos paseos, pero al fin y al cabo, a la hora de la verdad, sólo nos quedará imaginarla para intentar entenderla.
Y para empezar a imaginar pasados posibles, pocos lugares mejores que el de la calle dels Petons. Por su situación extraña, casi escondida, por su nombre evocador o quizás por esa condición incómoda de callejón sin salida, esta calle tiene diversas leyendas que explican el origen de un nombre que es algo incierto. Pero quizás no importa, porque ya se sabe que las leyendas están para llegar a donde no lo hacen las certezas.
La primera leyenda habla de que el callejón sin salida era usado por las parejas que aprovechaban una vía que no es de paso a ningún sitio para besarse y mantener relaciones sexuales. En la Barcelona del Eixample de calles anchas que nunca se acaban, farolas que nunca se apagan y parejas que no tienen por qué cortarse es difícil imaginar que hubo un momento, hace no tanto, donde Barcelona solo podía crecer encajonada dentro de sus murallas, por lo que se construían calles donde fuera posible, aunque su función de calle (ir de un sitio a otro), quedara algo mutilada. También es difícil imaginar una calle lo suficientemente oscura como para servir de picadero popular, pero cuesta menos de creer si pensamos que en Barcelona existen las farolas eléctricas desde hace apenas cien años. Finalmente, podríamos decir que cuesta imaginar que las parejas necesiten sitios fuera de casa para celebrar su amor, pero en la ciudad de los alquileres por las nubes y el mural de los besos más icónico eso es algo que quizás podríamos discutir…
La otra leyenda, la oficial, la que da el ayuntamiento, explica que este callejón recibió su nombre de Joan Pontons, un vecino de la calle en el S.XVII que era, al parecer, muy querido y respetado. Su apellido puso nombre a la calle y el tiempo afeitó ese apellido, que significa puente entre barcas, hasta llevarlo al nombre actual, que no deja de ser el significado para otro tipo de puentes también cargados de humedad.
Y aunque dedicar las calles a sus vecinos ilustres pueda sonar raro, lo cierto es que, al igual que la Barcelona de ayer consideró que Pontons (o Bonaventura Aribau o Ramon Muntaner) y otros hombres ilustres eran los vecinos a los que había que dedicar una calle hasta hacer que de 93% de las calles esté dedicado al género masculino, la Barcelona de hoy busca feminizar su nomenclátor con nombres de vecinas famosas que ayuden a a dar la vuelta a ese porcentaje. Hoy, como ayer, una ciudad dedica lo que tiene -sus calles- a sus habitantes para demostrar cuáles son sus prioridades.
Finalmente, la última leyenda habla, como otras de la ciudad, de besos y muerte. Si uno mira con atención el mapa del Borne verá que la calle Comercio, donde nace la calle dels Petons, rompe con su forma de arco la trama de callejuelas apretadas de este antiguo barrio medieval. El motivo es que Comercio era el límite de la antigua explanada de la Ciudadela militar de la ciudad (sí, la que luego dio nombre al parque), en la que se celebraban las ejecuciones, y cuya construcción implicó la destrucción de un tercio del antiguo barrio dejando algunas calles cortadas.
Esta última leyenda cuenta que esta calle era el lugar designado para que los condenados a muerte en la explanada pudieran despedirse a últimos besos de sus seres queridos, demostrando, frente a la primera de las leyendas, que los besos sirven igual de bien para abrir el amor y para despedirlo.
Por suerte, en la Barcelona de hoy las ejecuciones y las ciudadelas sí nos quedan algo más lejos. El misterio de la calle dels Petons, por eso, quedará vigente por siempre, convirtiendo a este callejón en la reencarnación en piedra de ese verso de Neruda que dice: «En un beso sabrás todo lo que he callado».