
No sé si hay un objetivo mayor al que pueda aspirar un restaurante (más allá de hacerle ganar bien la vida a sus dueños) que el de dejar muesca en la memoria de sus clientes. El tartar de Casa Xica es el primero que recuerda en su vida quien escribe esta reseña y su sabor, asiatizado, uno que quien escribe ha perseguido sin saberlo en los distintos tartars que ha probado luego a lo largo de su vida. Hagan el ejercicio, e intenten recordar un solo plato de su vida y el momento en que lo comieron, y verán que no hay tantos.
Por eso volvimos esta vez a Casa Xica, que celebra su décimo aniversario con un menú de diez platos icónicos para el restaurante en esta década donde han pasado por la carta más de 500. Entre esos diez está el tartar, que parece que emocionó a más personas. Quizás porque Casa Xica fue de los primeros bistrós que hizo eso ahora tan popular que ha hecho, por ejemplo, Dabiz Muñoz con su Diverxo en Madrid: mezclar recetas asiáticas y productos catalanes (o viceversa) para crear una cocina fusión compleja y refinada, pero más o menos accesible.
Su bao de doble fermentación con rabo de buey, en una época en la que nos hemos hartado de los baos industriales con trozos de cerdo dulzones por todos lados, nos recuerda por qué empezó esta moda. Su ajoblanco (otra elaboración de moda ahora) de coco y lima con tartar de gamba o su okonomiyaki son sus plato más redondos. Otros platos, como el garrinet cruixent y el butakimchi (algo plano el primero, muy salado el segundo) nos emocionaron menos.
Ojalá diez años más de Casa Xica para que, en una década lleguemos de nuevo a este local que es eso, una casa pequeña con un servicio grande y una terraza que invita a las noches largas y que lo hacen sentir a uno que ha descubierto un rincón del Poble-Sec alejado, en una Barcelona donde parecen no quedar rincones. Allí, al fresco, se puede probar su tartar otra vez, y sentir como el sexto sentido, la memoria, se activa al llevarnos el primer bocado a la boca para hacernos viajar en el tiempo.