Conviene empezar el artículo recordando o remarcando que la familia Güell fue a Gaudí lo que los Medici a, por ejemplo, Leonardo Da Vinci: una familia con dinero, criterio, buen gusto y ambición que confió en un virtuoso de su arte.
Con ambición, con dinero y con unos terrenos recién comprados en el Garraf. En esas estaba el bueno de Eusebi Güell a finales del siglo XIX. Y Eusebi, como buen prohombre de la época, decidió convertir la finca de La Cuadra –así se llamaba el lugar– en unos terrenos vinícolas.
Y para ello iba a necesitar o se iba a encaprichar con un celler con su bodega, su residencia y su capilla. Necesidad para la que acudiría, claro, a Antoni Gaudí.
Gaudí, en la línea de los trabajos que pergeñó en la época –como las Teresianas, por ejemplo–, proyectó una bodega de características neogóticas. El neogoticismo de Gaudí, dicho mal y pronto, se resume en lo siguiente: construcciones góticas a las que se le incorporan soluciones estructurales (ejemplo: el Celler Güell no tiene contrafuertes). Amén del sello personal del tarraconense.
El sello personal o el criterio autoral se ve, por ejemplo, en la integración del celler en el emplazamiento. O siendo menos pedante: en lo bien que se acopla la estética de la bodega a la estética del lugar. Es por ello por lo que el Celler Güell se construyó con la piedra caliza del terreno.
No faltan, por cierto, quienes afirman que la autoría de la bodega no le pertenece a Gaudí. Frances Berenguer i Mestres, discípulo de Gaudí, es según muchos el autor de la obra. No obstante, la ambición de los conspiranoicos se vio mermada por el Arxiu Històric de Sitges: el plano original está firmado por Gaudí. Y se dice, de hecho, que la autoría de las bodegas le pertenece a Gaudí en un 90%.
La vida útil del Celler Güell no fue todo lo prolongada que, seguro, le hubiera gustado a Eusebi. El vino, cuentan las crónicas, se debía parecer más a un Don Simón que a un Vega Sicilia; los problemas a la hora de vender el producto eran manifiestos; y el estallido de la Guerra Civil. Los tres fueron factores más que de peso para cesar la actividad vitícola.
Sin embargo, no siempre que se mata al perro se acaba la rabia. Y el edificio se mantuvo en pie –lógico, por un lado, no como el caso de los cines en cuya edificación participó Gaudí. De hecho, tan en pie sigue, que a fecha de 2019, se puede comer en el Gaudí Garraf Restaurant, el restaurante que ocupa este espacio.