
Un restaurante que hace cocina mediterránea es uno de esos sintagmas huecos que cualquiera ha escuchado un millón de veces, pero del que no siempre acabamos de entender a qué se refiere. ¿Habla de producto, de recetas, de país de origen…?
Curiosamente, en Flying Monkey nada señala a los indicadores habituales que anuncian una comida mediterránea. El nombre está en inglés, el local parece escandinavo y sobre una barra abierta y pulcra relucen pasteles que recuerdan a una casa de tés londinense. Sin embargo, Flying Monkey hace una de las comidas más mediterráneas que hemos probado últimamente.
No podía ser de otra manera, quizás. Al frente de Flying Monkey está la israelí Ronit Stern, autora también de la Balabusta, quizás el mejor restaurante de cocina israelí de la ciudad, cuyos platos vegetales, coloridos y sabrosos dan una lección sobre a qué sabe el Mediterráneo.
Recetas tradicionales, comida healthy
El aspecto de los platos de Flying Monkey recuerda a una franquicia contemporánea de la comida saludable al estilo de Honest Greens. Pero las recetas bajo la foto son, a menudo, elaboraciones tradicionales. La foto de color rosa vivo con motas es un gazpacho con fresas y el cuadro terroso y anaranjado es un hummus con zanahorias asadas que nos hace pensar en los problemas que tienen los miles de hummus malos que se reproducen como setas por la ciudad.
El parecido entre una franquicia moderna y las recetas que llevan siglos comiéndose en el Mediterráneo nos indica que no había que ir tan lejos a buscar, y conectan una cocina antigua como esa de aromas hebreos que cocina Flying Monkey con el nombre y el aspecto sobrio de un bar que a mediodía no para de alimentar con su menú de mediodía a 19 euros a trabajadorxs con prisa y hambre de comida sana de la zona alta.
De ese cruce entre lo moderno y lo tradicional sale la idea de servir comidas durante todo el día, alternando entre una oferta de brunch a primeras horas, el menú a la hora de comer y los «platillos volantes» de última hora. La idea es que a su local abierto a la calle por dos de los cuatro costados, uno pueda entrar en cualquier momento a picar, a comer o a festejar.
Para lo primero se puede buscar en el brunch el bocadillo de pastrami de pollo (herencia también de esa cocina judía migrante). Para lo segundo, los platos del menú, como el salmón con labneh y la berenjena asada con tomates y melaza de granada, clavado. Y para lo último, la selección importante de vinos naturales que tiene, una de las apuestas de la casa.
Un restaurante con una panadería escondida
Y como estamos en el Mediterráneo, la casa del pan (recordemos: pizza italiana, baguettes franceses, khobz marroquí, pa de pagés català…) aquí todo se acompaña de masas (mención especial a la challah, otro pan judío) que se preparan en el obrador que el local tiene en el sótano, y en el que se puede ver al panadero trabajando.
Flying Monkey comparte local con la panadería Oz Bakery, que aparte de surtir de panes a todos los restaurantes del grupo, los vende ahí mismo. De ahí también salen los pasteles, una fantasía de color que recuerda a Ugot (otro israelí de la ciudad), y que ponen el ancla al final del viaje por el mar que da nombre a tantas comidas pero que aquí, por fin, cobra sentido.